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Molinoviejo: una esmeralda en la mano morena de Castilla.

Había que decidir donde íbamos este año para tener unos días de retiro espiritual. Entonces pensamos en Molinoviejo y hacia allí nos encaminamos.





Había que decidir donde íbamos este año para tener unos días de retiro espiritual. Nos gustaba repetir el plan del año pasado, pero al tiempo pensábamos que el lugar, encantador sin duda, de Torreciudad, quedaba lejos. En algunos de los que se proponían acudir se percibía un sentimiento que recordaba unas palabras que pasaron en su momento ¡hace muchos años! por la mente de San Josemaría: “necesito soledad, suspiro por un retiro largo, para tratar con Dios lejos de todo. Si Él lo quiere me proporcionará ocasión. Allí se posarán tantas cosas como llevo dentro en ebullición …” Entonces pensamos en Molinoviejo y hacia allí nos encaminamos.


Llegamos con tiempo un viernes por la tarde. Primero la Santa Misa para dejar reservado el Santísimo y enseguida un tiempo de meditación y el rezo del Rosario en la Ermita … ¡qué recogimiento! Era justo lo que queríamos y estábamos a gusto. ¡Qué fácil se hacía rezar!


Junto a los tiempos de meditación ante el Sagrario, el rezo de la Liturgia de las Horas, los momentos de Adoración al Santísimo, los paseos en silencio por la finca, y desgranar las cuentas del Rosario una vez y otra servían para llenar nuestro tiempo. Nos entusiasmaba pensar que nosotros, estos días, entrábamos en la historia de las miles de personas que se han beneficiado de la formación impartida en esta Casa de Retiros, desde sus inicios.


¡Qué alegría me llevé! cuando se dijo que la segunda meditación de la mañana del sábado sería en el Oratorio que San Josemaría -él mismo- preparó con tanto primor. Te parecía recorrer el tiempo hacia atrás, ¡cuántas veces rezó aquí el Fundador del Opus Dei! Y volver al presente. Al salir de ese magnífico lugar de oración alguno preguntó y … ¿ dónde está el cuarto de San Josemaría? Nos condujeron hacia ese lugar, una habitación sencilla que me hizo pensar que pisaba donde él habría pisado muchas veces. Un pensamiento me vino a la mente: si efectivamente es así, ahora que veneramos a este Gran Fundador en los Altares, seguro que se me contagia su santidad y justo, esto, le pedí por su intercesión a Dios mientras rezábamos todos a la vez la oración de su estampa.


Qué fácil parecía llenar el tiempo. Pero quedaba aún la guinda. El Domingo era Domingo de Ramos y resultaba lógico, aún conservando nuestro recogimiento y oración, unirnos a la celebración festiva que habría en la cercana ciudad de Segovia. Después de rezar Laudes y tener nuestra meditación nos encaminamos a la sede de la diócesis segoviana. Allí participamos en la Bendición de los Ramos, la Procesión y finalmente en la Celebración de la Santa Misa que presidía el señor Obispo de la Diócesis. A cualquiera le vendría fácilmente a la cabeza que todo estaba minuciosamente preparado. Detrás de todo lo que estábamos viviendo había muchas horas de ensayo. Seguimos con atención la lectura de la Pasión del Señor y la homilía del señor Obispo.


Al terminar tuvimos la oportunidad de saludar uno a uno al Obispo de la diócesis y mantener así con él un breve encuentro.

   




¡Qué paella tan buena nos esperaba de vuelta! ¡Cuánto agradecimos el exquisito cuidado que tuvo con nosotros la administración de Molinoviejo!


Todavía volvimos a rezar el Rosario en la Ermita, a rezar en nuestro oratorio y terminar estos días fantásticos con la oración de Vísperas. ¡Cómo dio su fruto el ensayo de cantos que tuvimos! ¡Qué gran idea!


Ahora a esperar suceda en nosotros lo que señalaba el Papa Francisco: “el que vive los ejercicios espirituales con autenticidad, experimenta la atracción, la fascinación de Dios, y regresa renovado y transfigurado a la vida habitual, al ministerio, a las relaciones cotidianas, llevando consigo la fragancia de Cristo” ¡Cuánto queremos sea así!.



José Ignacio Varela

Director del Ateneo de Teología


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