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La envidia, un mal social, pecado capital, vicio a extirpar

Si leemos la Sagrada Escritura (cf. Gn 4), la envidia se nos presenta como uno de los vicios más antiguos: el odio de Caín contra Abel se desencadena cuando se da cuenta de que los sacrificios de su hermano agradan a Dios.



Caín era el hijo mayor de Adán y Eva, se había llevado la mayor parte de la herencia de su padre; sin embargo, basta que Abel, su hermano menor, tenga éxito en una pequeña hazaña, para que Caín se enfurezca. Así, con esta reflexión de la Escritura, en el comienzo de la Biblia, se expresaba el Papa Francisco en una de sus últimas audiencias de la semana ante los fieles que habían acudido a escucharle. Hablando de los vicios capitales, Papa Francisco, se refirió a la envidia como vicio a combatir y extirpar en nosotros.


El rostro del envidioso es siempre triste: su mirada está abatida, parece sondear continuamente el suelo, pero en realidad no ve nada, porque su mente está envuelta en pensamientos llenos de maldad. La envidia, si no se controla, conduce al odio del otro. Abel morirá a manos de Caín, que no pudo soportar la felicidad de su hermano. Con estas palabras el Santo Padre completaba su comentario inicial.

Me pareció muy oportuno que el Papa dedicara a esta situación del alma que se puede dar en alguien su Catequesis semanal. En un mundo como este nuestro de hoy en que uno no para de mirar al que tiene al lado, parece que le importa más lo que el otro hace que lo que uno tiene y realiza, la envidia en un vicio fácil de desarrollar en la propia persona. La envidia por el bien ajeno, por lo que tú eres y yo no soy o no tengo.


La envidia es un mal que se ha investigado no sólo en círculos cristianos: ha atraído la atención de filósofos y estudiosos de todas las culturas. En su base hay una relación de odio y amor: uno quiere el mal del otro, pero en secreto desea ser como él. El otro es la epifanía de lo que nos gustaría ser, y que en realidad no somos. Su buena fortuna nos parece una injusticia: ¡seguramente -pensamos- nosotros habríamos merecido mucho más sus éxitos o su buena fortuna!

Así hablaba el Papa enmarcando aún mejor la situación producida en muchos. Nadie se para a pensar de verdad en uno mismo: lo que somos y tenemos, lo que Dios mismo nos da cada día que es mucho, comenzando por un nuevo despertar, amanecer, y una vida que vivir por delante. Todos tenemos cualidades y virtudes. Todos en la Iglesia, por ejemplo, tenemos una posibilidad: desarrollar nuestras posibilidades. Parece que nos preocupa si los demás son más que nosotros y buscamos argumentos para deshacer el trabajo del otro con manifestaciones del estilo de que actúan al margen del conjunto, en fuera de juego. Hay quien se pregunta ¿por qué hay tantos que se incluyen en ese grupo, movimiento, asociación? ¿Por qué tantos se afirman en ese Carisma? ¿Qué tienen ellos que a mí me falta?


La Iglesia desarrolla, gracias a Dios, abundancia de Carismas. Estilos de vida cristiana. Modos de hacer apostolado. Maneras de extender el mismo Mensaje de Jesucristo. ¿Por qué hemos de combatir esos modos de actuar sabiendo que todos contribuimos al mismo bien?: que la luz del Evangelio alcance a todas las gentes a la manera en que cada uno la afirma. Los primeros cristiano sin raros planteamientos hablaban cada uno a su modo y se acercaban a los paganos que, al escuchar el Mensaje, se sumaban a la Fe, la misma Fe Cristiana, según el modo aprendido. “Hay sí, diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo; y diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; y diversidad de acciones, pero Dios es el mismo que obra todo en todos” (1 Corintios, 12, 4 ss). Qué triste cuando debatimos sobre cuestiones así. Qué triste quienes tienen envidia de lo que hacen los demás en la Iglesia, qué pena este vicio del alma en quienes de modo particular lo desarrollan queriendo manchar la imagen del compañero o amigo. Reflexionemos en esta Cuaresma sobre las palabras del Papa Francisco que motivan a desear bien a los demás: En la raíz de este vicio está una falsa idea de Dios: no aceptamos que Dios tenga sus propias "matemáticas", distintas de las nuestras. Por ejemplo, en la parábola de Jesús sobre los obreros llamados por el patrón para ir a la viña a distintas horas del día, los de la primera hora creen tener derecho a un salario más alto que los que llegaron los últimos; pero el patrón da a todos el mismo salario, y dice: "¿No puedo hacer con mis cosas lo que quiero? ¿O tenéis envidia porque soy bueno?" (Mt 20,15). 


Palabras que el Papa completa con estas otras: Nos gustaría imponer a Dios nuestra lógica egoísta, en cambio la lógica de Dios es el amor. Los bienes que nos da son para compartirlos. Por eso San Pablo exhorta a los cristianos: "Amaos fraternalmente los unos a los otros, compitiendo en estimaros mutuamente" (Rom 12,10). ¡He aquí el remedio contra la envidia!


Examinemos nuestra conducta todos, sí, todos; pues hay algunos que se hacen a sí mismos poseedores de la verdad y sólo Uno es la Verdad. Aplaudamos con fuerza lo que los otros hacen. Valoremos las cualidades y virtudes que otros tienen: sus habilidades y logros. Aprende a desarrollar en ti lo que San Josemaría escribe en Camino: “Acostúmbrate a elevar tu corazón a Dios, en acción de gracias, muchas veces al día. -Porque te da esto y lo otro. -Porque te han despreciado. -Porque no tienes lo que necesitas o porque lo tienes. Porque hizo tan hermosa a su Madre, que es también Madre tuya. -Porque creo el sol y la luna y aquel animal y aquella otra planta. -Porque hizo a aquel hombre elocuente y a ti te hizo premioso. Dale gracias por todo, porque todo es bueno (Camino, 268). Así también en nosotros se realizará el proceso de Conversión que cada año la Cuaresma nos reclama.

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