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Invitación a la lectura de “LAICAL”, de Javier López Díaz, ediciones Rialp, 2025

"LAICAL”: un pequeño libro que acaba de publicar Javier López Díaz para los que se interesan en el papel de los laicos en la Iglesia Católica y quieren actualizarse





La portada expresa el contenido en tres partes: “Una identidad cristiana LAICAL” – “Una visión del trabajo LAICAL” – “Una espiritualidad LAICAL”.


Los laicos han contado bien poco en la Iglesia. Según Louis Bouyer, uno de los mayores teólogos del siglo XX, los únicos que han remado en la “barca de Pedro” durante siglos, han sido los sacerdotes y los religiosos. Los laicos «no han sido en el cuerpo de la Iglesia más que un tejido añadido, ¡un cuerpo extraño!» (L’Église de Dieu, 464).


No fue así en tiempos de los primeros cristianos como lo muestra la primera parte del libro. En aquella época sí que remaban los laicos, y bien que lo hacían. Se tomaban en serio la llamada a la santidad y al apostolado que caracteriza la vida cristiana. Tanto, que el filósofo pagano Celso se irritaba porque los discípulos de Cristo se servían de su trabajo en las casas y en distintas profesiones –lavanderos, zapateros, empleados…– para sembrar su doctrina en la sociedad.

Pero luego vino el “apagón”. Los laicos dejaron de ser luz. Los únicos puntos luminosos fueron los que se apartaban del mundo para dedicarse a la oración en la soledad del monasterio o del convento.

Hoy las cosas han cambiado. Cada vez son más numerosos los cristianos laicos que se parecen a los primeros, para asombro de quienes piensan que la Iglesia es asunto del pasado.


El libro se fija en un pionero de la santidad en la vida laical y secular: San Josemaría Escrivá, de quien se acaba de celebrar el centenario de su ordenación sacerdotal en Zaragoza, 1925. De su mano, el autor recorre la historia hasta llegar a la época moderna. El relato se lee casi como una novela. Y la conclusión es sorprendente: quienes han pretendido “secularizar” la sociedad –expulsar a Dios–, han conseguido despertar a los “seculares” –a los cristianos laicos– que están tomando conciencia de su vocación y misión, con toda la fuerza transformadora que lleva consigo.


La segunda parte se centra en el “eje” de la vocación laical, según san Josemaría Escrivá: la santificación del trabajo profesional. El tema ha estado ausente en la Teología hasta hace pocos decenios. El autor observa que en la primera edición del monumental “Dictionnaire de Théologie Catholique”, con sus 30 volúmenes y más de 65.000 páginas, no existía la voz “Trabajo”. Laguna tremenda. ¿Es que el trabajo no tiene peso en la vida cristiana? ¿Es que Dios no creó al hombre y a la mujer “para que trabajara” (Génesis 2,15)? ¿Acaso el Hijo de Dios hecho hombre no dedicó la mayor parte de sus días a trabajar como artesano en Nazaret?

Para la gran mayoría de los cristianos –explica el autor citando a san Josemaría– «ser santo supone santificar el propio trabajo santificarse en su trabajo, y santificar a los demás con el trabajo» (Conversaciones, 55). «No me canso de repetir que hemos de ser almas contemplativas en medio del mundo, que procuran convertir su trabajo en oración» (Surco, 497). Porque «el hombre no debe limitarse a hacer cosas, a construir objetos. El trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena al amor» (Es Cristo que pasa, 48).


Si la segunda parte del libro trata del “eje”, como acabamos de ver, la tercera va al “fundamento” de la vida cristiana de un laico: el Bautismo. Merece la pena poner atención porque el autor profundiza de modo convincente.

En síntesis, explica que en el Bautismo se recibe un don al que están necesariamente unidos otros dos. El don es la filiación divina adoptiva, y los otros dos el sacerdocio común y la herencia de los hijos. En el Bautismo el cristiano es adoptado como hijo de Dios, unido a Cristo mediador entre Dios y los hombres, Sacerdote eterno; por eso recibe el sacerdocio común que le permite unir a otros con Dios y santificar todo lo que realiza. Y también es heredero de toda la creación, para santificarla, porque «si somos hijos, también herederos», como dice san Pablo (Romanos 8,17).


El resumen final es que la vida cristiana consiste en el crecimiento como hijos de Dios –la progresiva identificación con Cristo– mediante el ejercicio del sacerdocio común en la santificación de todas las realidades terrenas que son su herencia.

¡Bienvenido pequeño libro!


José Ignacio Varela

Director del Ateneo de Teología

 
 

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