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G. K. Chesterton: profeta de la familia

El centenario de la conversión al catolicismo de G. K. Chesterton (1874-1936) propicia acercarse a este genial escritor, polemista de aguda inteligencia y crítico demoledor de las fatuas modas culturales desde la perspectiva del realismo cristiano.



José Miguel Granados Temes

(Universidad San Dámaso. Madrid)


Genio de la paradoja

El prolífico periodista y literato inglés fue capaz de desvelar las paradojas y perplejidades humanas a la luz del misterio del Dios vivo.

Dedicó muchas páginas al matrimonio y a la familia. Con frecuencia puso de relieve las flagrantes contradicciones de la modernidad en la comprensión de esta institución vital para las personas y la sociedad. Además, recordó de modo incisivo los valores perennes de la antropología conyugal, conforme al proyecto del Creador, asequible al sentido común.


La familia, teatro de lo extraordinario

Chesterton denuncia la inanidad del afán de novedades sin sentido que exhiben muchos “snobs”, al subrayar la perenne originalidad y grandeza de la institución familiar, decisiva para la vida humana. “La cosa más extraordinaria en el mundo es un hombre ordinario y una mujer ordinaria y sus niños ordinarios”. El hogar familiar es cuna y escuela de humanidad: ámbito de acogida y de protección, de maduración y de socialización; es en la familia donde se reconoce la propia identidad y valor, donde se aprende a vivir y a amar. Pues, en definitiva: “La familia es el teatro del drama espiritual, el lugar donde las cosas ocurren, especialmente las cosas que importan”.


La aventura del hogar

El matrimonio es una aventura: como ir a la guerra”.El curioseo del turista contemporáneo, su huida constante hacia falsos paraísos -con frecuencia virtuales-, resulta vulgar si se compara con lo que realmente merece la pena: la auténtica aventura consiste en quedarse en casa, para responder con coraje a la vocación más apasionante, y emprender allí la hermosa tarea de formar un hogar. “Cuando entramos en la familia, por el acto de nacer, entramos en un mundo incalculable, en un mundo que tiene sus propias leyes extrañas, en un mundo que puede existir sin nosotros, en un mundo que no hemos hecho nosotros. En otras palabras, cuando entramos en la familia nos introducimos en un cuento de hadas”.

La búsqueda desaforada del éxito profesional puede suponer una trampa -incluso, una idolatría- si se descuidan los valores familiares: “Triunfar en el trabajo no merece la pena cuando supone fracasar en casa”. Dedicar la propia existencia al disfrute de emociones sin fundamento se disuelve en un vagabundeo errático. Pues el sentido de la libertad es el compromiso: entregarse es al ser humano lo que volar es al pájaro. “El amor no es ciego; eso es lo último que es; el amor es atadura, y cuanto más atadura menos ciego”.

La donación de sí mismo en favor de los demás llena de sentido la vida. El “nosotros” matrimonial y familiar -que nace de la alianza conyugal, conforme al plan de Dios inscrito en la masculinidad y feminidad, y asequible a la razón bien configurada- construye la humanidad: es el primer desafío al que nos enfrentamos. “El matrimonio es un duelo a muerte que ningún hombre de honor debería declinar”.


La superstición del divorcio

Con frecuencia se alega la incompatibilidad de caracteres como motivo para justificar una ruptura matrimonial. Chesterton responde con agudeza: “He conocido muchos matrimonios felices, pero nunca uno compatible. Todo el propósito del matrimonio consiste en luchar y sobrevivir desde el momento en que la incompatibilidad resulta incuestionable. Puesto que un hombre y una mujer, en cuanto tales, son incompatibles”.

El divorcio mismo lo califica de superstición, pues no es concebible una convivencia sin dificultades: “Todo el placer del matrimonio consiste en que constituye una crisis perpetua”. Y, sin embargo, vivir en comunión es imprescindible: la soledad resulta estéril; para crecer, desplegarnos y dar vida necesitamos ayudarnos, compartir la intimidad, trabajar por hacer comunidad, superando los roces de la compañía para obtener lo mejor de cada uno.


Paradoja y salvación

En definitiva, solamente desde la presencia del Dios verdadero, el Ser infinito que es en sí mismo comunión familiar, se pueden superar las grandes contradicciones de la vida humana en la búsqueda del sentido del misterio que la envuelve. Pues la mayor paradoja de la historia humana, y la única que descifra su sentido, es la presencia de Jesucristo: el Verbo encarnado, el Salvador del mundo, el Redentor del hombre y el Esposo de la Iglesia. Él nos enseña que “amar significa querer lo que no es amable; perdonar conlleva perdonar lo imperdonable. Fe supone creer lo increíble. Esperar significa confiar cuando todo parece desesperado”.

Para saber más:

G. K. Chesterton, Historia de la familia. Sobre el único Estado que crea y ama a sus propios ciudadanos (edición e introducción de D. Ahlquist). Rialp, Madrid 2023; Idem, La superstición del divorcio: seguido de divorcio versus democracia. Espuela de Plata, Madrid 2013; Idem, La mujer y la familia. Styria, Madrid 2006; Idem,El amor o la fuerza del sino (selección, traducción e introducción de Álvaro de Silva). Rialp, Madrid 1993.

J. M. Granados, Transformar el amor. Matrimonio y esperanza en los grandes relatos. Eunsa, Pamplona 2022; Idem, El evangelio del matrimonio y de la familia. Eunsa, Pamplona 2021.

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