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El sacerdocio en el Vaticano II: el decreto Presbyterorum Ordinis

En este curso, al cumplirse los 60 años del inicio del concilio Vaticano

II, cuando estamos recordando en formación permanente, las cuatro grandes

Constituciones del Vaticano II, nos ha parecido conveniente, en el día de San

Juan de Ávila, tocar el tema del Sacerdocio en el Concilio Vaticano II.


INTRODUCCIÓN



En este curso, al cumplirse los 60 años del inicio del concilio Vaticano II, cuando estamos recordando en formación permanente, las cuatro grandes Constituciones del Vaticano II, nos ha parecido conveniente, en el día de San Juan de Ávila, tocar el tema del Sacerdocio en el Concilio Vaticano II.

Es un tema que podemos rastrear en todos los documentos del Concilio, pero es el decreto Presbyterorum Ordinis el que desarrolla de manera específica el magisterio del Concilio sobre el sacerdocio. Y lo es, de tal manera, que se ha convertido en fuente y base de otros documentos posteriores que completan la visión del presbiterado en la actualidad. Me refiero a la exhortación postsinodal Pastores dabo vobis de San Juan Pablo II sobre la formación de los sacerdotes en la situación actual y al Directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros de 1994, reeditado con algunos añadidos en 2013.

Por ello, la presente Conferencia quiere ser una presentación del decreto Presbyterorum Ordinis, con algunas reflexiones personales.



UN POCO DE HISTORIA



El Decreto Presbyterorum Ordinis fue promulgado por Pablo VI el 7 de Diciembre de 1965, víspera de la clausura del Concilio, con 2.390 votos favorables y 4 contrarios, después de una historia controvertida.

Como dice la introducción histórica que antecede al texto del documento, llama la atención las distintas vicisitudes por las que pasó. En diciembre de 1962, después de varios esquemas propuestos, se pasó de ellos y se presentó una primera redacción que se llamó “De clericis”. Desde este primer texto a la votación final se manejaron ocho textos, lo cual muestra que el tema del ministerio era objeto de profundas diferencias y, al mismo tiempo, que hubo una búsqueda sincera sobre el ministerio que quiere la Iglesia en el tiempo actual1.

Los esquemas rechazados versaban demasiado en aspectos disciplinares y proponían una teología del sacerdocio basada en la dignidad y sacralidad del sacerdote, investido con el poder de consagrar en el sacramento de la Eucaristía y con el de perdonar en el sacramento de la Penitencia2. El Decreto conciliar, sin olvidar la gran dignidad del sacerdote, pues aparece repetidamente en el texto, se centra más en la descripción de su ministerio: elegido por Cristo, actúa en nombre de Cristo Cabeza, asistido por el Espíritu Santo, en medio de su Cuerpo, que es la Iglesia.

También hay una diferencia fundamental en la terminología, pues opta el Decreto por la palabra “presbítero” frente a la de sacerdote y prefiere la palabra “ministro” para referirse al referirse al Oficio sacramental. De esta manera es fiel al Nuevo Testamento y a la tradición de la primitiva Iglesia, que reservan la palabra “sacerdote” al sacerdocio de Jesucristo, y a la Constitución Lumen Gentium, que destaca el sacerdocio común de los fieles3.

Presbyterorum Ordinis es un decreto que, haciendo realidad la dimensión pastoral del Concilio, prescribe para la Iglesia un aire fresco de cara a la vivencia del ministerio4. Consta de un proemio, tres capítulos y una conclusión, que vamos a desarrollar en el mismo orden y con los mismos apartados que el documento.



EL PROEMIO


Destaca la excelencia del orden de los presbíteros y señala ya cuál es su ministerio al servicio de Cristo y en bien de la Iglesia. Dice el número 1:

Los presbíteros, por la sagrada ordenación y misión que reciben de los Obispos, son promovidos para servir a Cristo, Maestro, Sacerdote y Rey, de cuyo ministerio participan, por el que la Iglesia se edifica incesantemente aquí, en la tierra, como Pueblo de Dios, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo”.

Así, ya en el proemio aparecen temas que serán desarrollados a lo largo del Decreto: el presbítero participa del ministerio de Jesucristo, Sacerdote, Profeta y Rey, y lo hace para edificar la Iglesia.



CAPÍTULO I

EL PRESBITERADO EN LA MISIÓN DE LA IGLESIA


El capítulo primero aborda la cuestión de la naturaleza y carácter de los presbíteros, así como la condición de éstos en el mundo.


1.1.- Naturaleza del presbiterado

Para la primera cuestión, recuerda el nº 2 que el presbítero participa, antes que nada, del sacerdocio común de los fieles (LG 10-11) y que ha sido elegido por el Señor, del conjunto de los bautizados, para realizar la función particular de ministros y para desarrollar públicamente el oficio sacerdotal. Para su comprensión describe el Decreto un itinerario que procede del Padre hasta llegar a los presbíteros:

Enviados los apóstoles como El fuera enviado por su Padre, Cristo, por medio de los Apóstoles, hizo partícipes de su consagración y misión a los sucesores de aquéllos, que son los Obispos, cuyo cargo ministerial, en grado subordinado, fue encomendado a los presbíteros, a fin de que, constituidos en el Orden del presbiterado, fuesen cooperadores del Orden episcopal para cumplir la misión apostólica confiada por Cristo.

De la misma manera que Jesús, nos dice el evangelio de Lucas5, reunió a sus discípulos y llamó, de entre ellos, a los que quiso, ahora sigue llamando a algunos bautizados para que, por el sacramento del Orden, sean configurados a Cristo sacerdote y obren en la persona de Cristo cabeza de la Iglesia, como colaboradores de los Obispos. Así, en nombre de Cristo, y en comunión con su Obispo, el presbítero predicará la Palabra de Dios, congregará al Pueblo de Dios y celebrará los sacramentos, uniendo al sacrificio de Cristo el sacrificio de su propia vida y procurando la gloria de Dios, en tensión escatológica hasta el advenimiento del Reino de Dios.

El directorio para el ministerio y la vida de los presbíteros desarrollará esta naturaleza del presbiterado ahondando en su dimensión trinitaria, cristológica, pneumatológica y eclesiológica6.



1.2.- Condición de los presbíteros en el mundo

Los presbíteros realizan su tarea, su ministerio, en medio del mundo. Dice el número 3 que los presbíteros, en virtud de su vocación y ordenación, son segregados en el seno del Pueblo de Dios, pero no separados, conviven con los hombres como hermanos, aceptan todo lo bueno, verdadero y bello que hay en este mundo, y, a semejanza del Buen Pastor, conocen a sus ovejas y trabajan por ellas y por las que no están en el redil, a fin de que haya un solo rebaño y un solo pastor.

Esta, podríamos llamar, “encarnación del presbítero” tiene su fundamento en la Encarnación del Hijo de Dios. Dice el Concilio que “fue enviado por el Padre como hombre entre los hombres, habitó entre nosotros y quiso asemejarse en todo a nosotros, menos en el pecado”. Y pone como ejemplo a seguir a los apóstoles y a San Pablo, del que recuerda “que fue segregado para el Evangelio y se hizo todo para todos a fin de salvar a todos”7.



CAPÍTULO II

EL MINISTERIO DE LOS PRESBÍTEROS


1.- FUNCIONES DE LOS PRESBÍTEROS

El capítulo primero definía a los presbíteros como ministros del Señor, que actúan en su Iglesia en nombre de Cristo Cabeza. Como consecuencia, en este segundo capítulo, describe las funciones de los presbíteros a la luz de la triple función de Cristo, sacerdote, profeta y rey8.


1.1.- Los presbíteros, ministros de la Palabra de Dios

Los presbíteros, a semejanza de Cristo profeta y como cooperadores de los Obispos, son ministros de la Palabra de Dios. Recuerda el Concilio que la fe viene por el oído y que, para que sea escuchada, es necesario que alguien la proclame. Es lo que hacen los presbíteros cuando anuncian la Palabra de Dios a los que no creen, cuando enseñan o catequizan a los que creen y cuando estudian a la luz de Cristo las cuestiones de nuestro tiempo, adaptando siempre la verdad del Evangelio a las circunstancias concretas de sus oyentes.

Esta tarea de maestros la realizan de manera particular en la Liturgia de la Palabra de la celebración eucarística, donde se une el anuncio de la muerte y resurrección de Cristo, la respuesta del pueblo que oye y la oblación misma.


1.2.- Los presbíteros, ministros de los sacramentos

Los presbíteros, ministros de la Palabra, son también, a semejanza de Cristo sacerdote, ministros de los sacramentos. Dice el Concilio que, por el sacramento del Orden, cuyo ministro es el Obispo, participan del sacerdocio de Cristo y realizan su ministerio sacerdotal por obra del Espíritu Santo.

Los presbíteros, unidos al Obispo y haciéndolo presente, introducen a los hombres en el Pueblo de Dios por el bautismo, reconcilian a los pecadores por la penitencia, por la unción alivian a los enfermos, en la Misa ofrecen sacramentalmente el sacrificio de Cristo. En el ejercicio de ese ministerio sacerdotal unen la predicación de la Palabra a las celebraciones sacramentales y orientan toda esta actividad hacia la Eucaristía, que aparece como fuente y culmen de la predicación evangélica y de la vida de la Iglesia.

Un aspecto esencial de este ministerio sacerdotal es la oración. Dice el Decreto que “la alabanza y acción de gracias que elevan en la Eucaristía la prosiguen los mismos presbíteros en el rezo del Oficio divino, en el que, en nombre de la Iglesia, oran a Dios por todo el pueblo que les ha sido confiado y hasta por todo el mundo”.

El sacerdote es hombre de oración y tiene que ser para sus fieles maestro de oración: enseñan a orar como Jesús enseñó a sus discípulos, a unirse a Dios en la oración personal y en la oración litúrgica, para que sus comunidades cristianas “alaben cada día con mayor perfección a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”.


1.3.- Los presbíteros, rectores del Pueblo de Dios

Los presbíteros también participan de la solicitud pastoral de Jesús, Buen Pastor, al frente de las comunidades que tienen encomendadas. Así, dice el Concilio:

Los presbíteros, que ejercen el oficio de Cristo, Cabeza y Pastor, según su parte de autoridad, reúnen en nombre del Obispo, la familia de Dios, como una fraternidad de un solo ánimo, y por Cristo, en el Espíritu, la conducen a Dios Padre”.

En esta tarea, el presbítero debe tratar a todos con exquisita humanidad y procurar que cada uno de los fieles, guiado por el Espíritu Santo, realice su propia vocación según el Evangelio y alcance la madurez cristiana. Debe tratar bien a todos, pero de forma especial, dice el Concilio, a los pobres y débiles, como hiciera el Señor, a los jóvenes y a las familias para que vivan su fe en plenitud, a los religiosos y religiosas en orden a su adelantamiento espiritual y a los enfermos y moribundos, visitándolos y confortándolos en el Señor.


2.- RELACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS CON LOS DEMÁS

Esa triple misión no la realizan los presbíteros de manera aislada, como francotiradores, sino siempre en relación: en unión con el Obispo y demás presbíteros, pues participan del mismo sacramento del Orden, y en unión con los laicos, hacia los que dirige su solicitud pastoral en el Pueblo de Dios. Es lo que desarrolla a continuación Presbyterorum Ordinis.


2.1.- Relación entre Obispos y presbíteros

En primer lugar, la relación entre Obispos y presbíteros. Dice el Decreto que “todos los presbíteros, a una con los Obispos, de tal forma participan del mismo y único ministerio de Cristo, que la misma unidad de consagración y misión requiere su comunión jerárquica con el Orden de los Obispos”.

Por ello, en su diócesis, el Obispo tiene a los presbíteros como colaboradores y consejeros necesarios en el ministerio y oficio de enseñar, santificar y apacentar al Pueblo de Dios. Por ello, el Obispo debe preocuparse del bien tanto material como espiritual de sus sacerdotes, oírlos de buena gana, consultarlos y dialogar con ellos sobre el trabajo pastoral y bien de la diócesis. Para ayudarle a procurar el bien material y espiritual del clero cuenta el Obispo con su Delegado del clero y con los arciprestes, que en este punto comparten tarea; y para poder oír a los sacerdotes y dejarse aconsejar por ellos está instituido el Consejo presbiteral.

Si ésta es, o debe ser, la relación del Obispo con sus presbíteros, pide el Decreto que los “presbíteros, teniendo presente la plenitud del sacramento del Orden del que gozan los Obispos, reverencien en ellos la autoridad de Cristo, Pastor supremo”, se unan a su Obispo con sincera caridad y obediencia, con espíritu de cooperación.


2.2.- Unión y cooperación fraterna entre los presbíteros

Vista la relación de los Obispos con sus presbíteros y de los presbíteros con su Obispo, pasa el Decreto a analizar la relación de los presbíteros entre sí, afirmando que forman un único “presbiterio” y señalando que las relaciones entre los presbíteros deben ser de cooperación y de fraternidad.

La cooperación presupone que ningún presbítero es dueño y señor de las parroquias o de los servicios que se le han encomendado y la ayuda de unos a otros es necesaria para poder llevar a cabo dichos servicios. Pero esta cooperación o ayuda mutua no nace de un simple sentido de empresa sino de la conciencia de compartir una misma vocación y una misma tarea.

Por ello, además de relaciones de cooperación, las relaciones entre los presbíteros han de ser de fraternidad, han de buscar hacer realidad aquellas palabras de Jesús en los discursos de despedida: “que sean uno” (Jn 17,23). Y en virtud de esa requerida unidad, enumera Presbyterorum Ordinis varias expresiones de fraternidad sacerdotal.

En primer lugar, la relación entre mayores y jóvenes. Los presbíteros mayores deben considerar a los jóvenes como hermanos y ayudarles en sus tareas, comprendiendo su diferente mentalidad y punto de vista.

Y, si ésta debe ser la relación de los mayores con los jóvenes, los jóvenes han de respetar la edad y experiencia de los mayores, ayudándoles en todo lo que necesiten.

En segundo lugar, es señal de fraternidad la hospitalidad y la comunión de bienes. Visitar a otros sacerdotes, por motivos concretos o sin ellos, es expresión de fraternidad. Tener las puertas abiertas y la despensa dispuesta es señal de confianza y hermandad sacerdotal, como lo sería también llegar a una cierta comunidad de bienes.

En tercer lugar, la fraternidad obliga a ser solícito de quien sufre dificultades personales, entre las que están las económicas, las familiares y las adicciones; y también las derivadas de problemas pastorales, entre las que pueden estar el no estar a gusto en un destino, el sentirse criticado o ninguneado, etc.


2.3.- Trato de los presbíteros con los laicos

Después de analizar las relaciones de los presbíteros entres sí, pasa el Documento a considerar el trato de los presbíteros con los laicos. Es preciso si tenemos en cuenta que el presbítero no deja de ser discípulo del Señor y miembro del Pueblo de Dios.

Por ello, dice el Decreto, que los presbíteros aúnen su trabajo con los fieles laicos y se porten en medio de ellos a ejemplo del Maestro, que no vino a ser servido entre los hombres, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos (Mt 20,28). Esto debe llevar a considerar a los laicos no como los que están al lado (al laíco) del cura, sino a reconocer su dignidad y su libertad como hijos de Dios y a promover sus tareas en la misión de la Iglesia. Debe llevar a reconocer y potenciar sus carismas en bien de la comunidad, así como dejar en sus manos diferentes organismos de la Iglesia, como ahora sucede entre nosotros en el apostolado seglar, familias, discapacidad, etc.

Los presbíteros, en medio de los laicos, están puestos para llevarlos a todos a la unidad en la caridad, armonizando las diversas mentalidades, defendiendo la verdad y el bien común, preocupándose por las ovejas que no están en este redil, trabajando para que haya un solo rebaño y un solo Pastor.

Y si los presbíteros deben preocuparse de los laicos, éstos deben considerar a sus presbíteros como pastores y maestros, preocupándose de sus tareas pastorales y de sus necesidades personales.


3.- LA DISTRIBUCIÓN DE LOS PRESBÍTEROS Y LAS VOCACIONES

Después de tratar las diferentes relaciones de los presbíteros, para terminar este capítulo sobre el ministerio de los presbíteros, se ocupa el Concilio de la distribución de los presbíteros, pidiendo que los obispos tengan en cuenta las diócesis de misión, y de las vocaciones sacerdotales, tan necesarias para que “no haya ovejas sin pastor”.

Dice el Decreto que es tarea del ministerio de los presbíteros trabajar por su aumento y desarrollo.

Para llevarlo a cabo, es preciso, en primer lugar, la oración por las vocaciones, siguiendo las palabras que Jesús dirige a sus discípulos al compadecerse de la gente cansada y agobiada: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos, rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies” (Mt 9,36-38).

En segundo lugar, la palabra del sacerdote que presenta ante el Pueblo de Dios, especialmente ante niños y jóvenes, la misión de la Iglesia y la necesidad de sacerdotes, a la par que presenta la excelencia del sacerdocio y la maravilla de ser llamado por el Señor a continuar su tarea en nuestra Iglesia.

Con la palabra, en tercer lugar, el testimonio de vida. Quizá sea lo más importante. Si vivimos el ministerio con tristeza y amargura nos convertimos en antitestimonio. Si lo vivimos con paz y alegría, si transmitimos esperanza ante las dificultades y problemas, si vivimos felices, nuestro ministerio ayudará a que posibles candidatos den el paso a aceptar la llamada del Señor.

En cuarto lugar, para que una vocación fructifique, es de gran utilidad la dirección espiritual, el acompañamiento de los sacerdotes a aquellos que muestran cierta inquietud por la vocación sacerdotal o han dado los primeros pasos en la misma. Un acompañamiento que respete los procesos y que ayude al discernimiento de la vocación, atendiendo más que a signos extraordinarios, a los signos que cotidianamente dan a conocer la voluntad de Dios.

Por tanto, es tarea no sólo del Seminario sino de todo sacerdote trabajar por las vocaciones sacerdotales, vislumbrando los signos concretos en posibles candidatos y acompañándolos desde la oración, la palabra y el ejemplo para que puedan discernir la voluntad de Dios y desarrollar, si es el caso, una auténtica vocación a la vida sacerdotal.


CAPÍTULO III


LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS


1.- VOCACIÓN DE LOS PRESBÍTEROS A LA PERFECCIÓN


1.1.- Importancia y significación de la santidad sacerdotal

Los presbíteros comparten con todos los bautizados la vocación a la perfección y a la santidad; las palabras de Jesús: “Sed perfectos como vuestro padre celestial es perfecto” resuenan también en los oídos de los presbíteros como una llamada a poner en práctica el sermón del monte. Los sacerdotes, como los demás fieles, no pueden contentarse con menos, pero

están obligados de manera especial a alcanzar la perfección, ya que, consagrados de manera nueva a Dios por la recepción del Orden, se convierten en instrumentos de Cristo, Sacerdote eterno, para proseguir en el tiempo la obra admirable del que, con celeste eficacia, reintegró a todo el género humano” (nº 12).

En otras palabras, como el sacerdote representa a Cristo, debe alcanzar la perfección de Aquel a quien representa para consagrarse totalmente al servicio de los hombres. Y esa perfección, o santidad, está unida al ejercicio de su ministerio. Si los sacerdotes son dóciles al Espíritu Santo, la predicación de la Palabra, la celebración de los sacramentos, la oración y la caridad hará mella en ellos y los conducirá hacia la santidad. Y, por otra parte, la santidad del presbítero contribuirá al ejercicio fructuoso del ministerio. Es cierto que el fruto de las acciones del presbítero no depende de su santidad, sino de la santidad de Dios, pero ayuda a alcanzarlo si el ministro puede decir como San Pablo: “No vivo yo, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).


1.2.- El ejercicio de la triple función sacerdotal y la santidad

Esa santidad será conseguida por los presbíteros ejerciendo su ministerio en el Espíritu de Cristo. Dice Saturnino Gamarra que, “en el desarrollo de los diferentes esquemas de Presbyterorum Ordinis se ha pasado de considerar la santidad en el sacerdote a una santidad propia del sacerdote, de una santidad obtenida por otros medios y exigida para el cumplimiento de las funciones del presbítero a la santidad derivada de la misma función presbiteral”9. Por tanto, no es algo previo o ajeno al ministerio, sino algo que conseguirán como ministros de la Palabra, como ministros de los sacramentos y apacentando como buenos pastores al Pueblo de Dios.

Como ministros de la Palabra, dicen y oyen esa Palabra que deben enseñar a sus fieles. Los presbíteros, al recibir la Palabra en sí mismos, se harán cada día mejores discípulos del Señor y, en el acto mismo de enseñar, se unirán más íntimamente a Cristo Maestro, convirtiéndose en modelos para sus fieles. Así lo dicen las palabras del Ritual de la Ordenación de Diáconos que pronuncia el Obispo al mismo tiempo que entrega al ordenado el libro de los Evangelios:

Recibe el Evangelio de Cristo, del cual has sido constituido mensajero; convierte en fe viva lo que lees, y lo que has hecho fe viva enséñalo, y cumple aquello que has enseñado”.

Desarrollar el ministerio de la Palabra, cumplir y hacer viva la Palabra que enseña es, y debe ser, para el presbítero, camino de santidad personal.

Como ministros de los sacramentos, los presbíteros representan a Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima por la santificación de los hombres; por eso, se invita a los presbíteros a imitar lo mismo que están celebrando y a ofrecerse a sí mismos al mismo tiempo que ofrecen el sacrificio de Cristo. Así lo dice el Obispo cuando entrega, en el rito de la ordenación presbiteral, el pan y el vino en manos del nuevo presbítero:

Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios. Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor.

Esto, conformar la vida con el misterio que celebra, al tiempo que procura el bien de los fieles, también tocará el corazón y la vida del sacerdote, ayudándole a avanzar en el camino de la santidad.

Como pastores del Pueblo de Dios, los presbíteros tienen que estar movidos por la caridad del Buen Pastor, imitar a Jesús que conoce a sus ovejas, y da la vida por ellas. Dice el Concilio:

Como rectores de la comunidad, practican la ascesis propia del pastor de almas, renunciando a sus propios intereses, no buscando su utilidad particular, sino la de muchos, a fin de que se salven.

Renunciar a los propios intereses para pensar en el bien de los demás, entregar su vida poco a poco, día a día, por los fieles que le han sido encomendados, es, para el presbítero, camino de santidad.


1.3.- Unidad y armonía de la vida de los presbíteros

En ese camino de santidad es necesaria la unidad de vida del presbítero; la unidad de su vida interior, su oración y encuentro con Dios, con la acción externa, la catequesis, la atención a diversos grupos, las celebraciones, la atención a los necesitados; y, juntamente con estas acciones propias del ministerio, aquéllas que se derivan de la vida familiar, de la amistad, e incluso del ocio. Buscar la unidad de vida supone evitar la doble vida, la diversión y la distorsión de la misma.

Esta unidad de vida del presbítero encuentra su fuente en Cristo, que unió perfectamente en su vida estos dos principios: acción y oración y se realiza en la Iglesia por medio de la caridad pastoral; por tanto, es preciso, por una parte, unir al discernimiento de la voluntad de Dios, la consideración de qué acciones del presbíteros son acordes al Evangelio y a la misión de la Iglesia; y, por otra parte, es necesario trabajar siempre en comunión con el Obispo y con los hermanos en el sacerdocio, no sea que, como decía San Pablo, nuestros esfuerzos sean en vano (Gal 2,2).

De una manera especial se expresa la unidad de vida del sacerdote en el sacramento de la Eucaristía; de él brotan como necesidad todas las acciones del sacerdote y a él retornan en acción de gracias por la obra realizada.

Es importante este tema de la unidad y armonía en la vida del presbítero; por ello, pensando en nuestro presbiterio, quiero añadir algunas reflexiones:

Para entender bien la armonía debida, podemos rastrear síntomas de ruptura en la vida del presbítero. El primero sería dar prioridad a la oración o a la acción: No creo que ninguno de los presentes llegue a decir que tiene tanto que orar que no tiene tiempo para dedicarse a las tareas que el Obispo le ha encomendado, pero sí decimos u oímos muchas veces lo contrario: tengo tanto que hacer, tanto que trabajar que no tengo tiempo para rezar. Mala señal, pues es preciso, por bienestar personal y pastoral, unir acción y contemplación, Marta y María: que la oración impulse a la acción y que la acción desemboque en la contemplación.

Otro mal síntoma es llenar el tiempo con actividades ajenas al ministerio, de tal manera que cumplo con “mis horarios” y después vivo mi vida. Esto lleva a una doble vida y desemboca en una mundanización del presbítero y en un fariseísmo atroz.

También, de modo más sutil, podemos reseñar el peligro de considerar la acción pastoral como algo propio. Y hablamos de mis parroquias, mi catequesis, mi forma de celebrar, mis planes pastorales. Nos convertimos en protagonistas y nos olvidamos de discernir la voluntad de Dios y de incluir la acción propia en la misión de la Iglesia.

Como consecuencia y expresión de todo esto, el sacerdote se puede convertir en francotirador; es el que va por libre, ocupado en hacer lo que le da la gana, rechazando la relación con el Obispo y la relación con los hermanos en el presbiterio.


2.- PECULIARES EXIGENCIAS ESPIRITUALES

Es preciso, como hemos visto, unir acción pastoral y vida espiritual en el ejercicio del ministerio; en esa unidad, el concilio desarrolla los llamados “consejos evangélicos”, pobreza, castidad y obediencia, como exigencias de la vida del presbítero.

La obediencia. Dice el decreto que es “aquella disposición de ánimo por la que el presbítero está siempre pronto a buscar no su propia voluntad, sino la voluntad de Aquel que lo ha enviado”. Lo hace cuando, con humildad, se deja conducir por el Espíritu Santo para descubrir y cumplir la voluntad de Dios en todas las circunstancias cotidianas de la vida en las que ha de servir a todos los que le han sido encomendados.

Lo hace cuando, reconociendo su ministerio en comunión con todo el Cuerpo de la Iglesia, acepta y ejecuta con espíritu de fe, lo que manda o recomienda el Sumo Pontífice o el propio Obispo.

Esta exigencia se expresa, en forma de diálogo, en el rito de la Ordenación: “¿Prometes obediencia y respeto a mí y a mis sucesores?”, pregunta el Obispo; “prometo”, responde el nuevo presbítero.

En el ejercicio de la obediencia humilde, los presbíteros están llamados a compartir los mismos sentimientos de Cristo, el cual se despojó de sí mismo, tomando la condición de esclavo, hecho semejante a los hombres, hecho obediente hasta la muerte y una muerte de cruz (Flp 2,7-8).

El celibato. Reconoce el Concilio que el celibato, “la perfecta y perpetua continencia por el Reino de los cielos”, no se exige por la naturaleza misma del sacerdocio, como lo muestra la práctica de la Iglesia primitiva y la tradición de las iglesias orientales. Pero lo reconoce en armonía con el sacerdocio, haciendo una definición descriptiva del mismo:

Se consagran a Cristo con un corazón indiviso, se entregan más libremente al servicio de Dios y de los hombres, sirven con exclusividad a su Reino, convirtiéndose en signos vivos del Reino futuro, y se hacen más aptos para recibir más dilatada paternidad en Cristo (nº 16).

Por ello, el Concilio aprueba y confirma la ley del celibato, que hay que recibir como un don y vivirlo con la gracia de la fidelidad.

La pobreza. O, mejor dicho, el uso adecuado de los bienes, pues no conviene olvidar que el presbítero vive en medio del mundo y convive con los demás hombres. Necesita, por tanto, comida y ropa, necesita coche y vivienda, necesita libros, necesita ocio y descanso. Necesita, en una palabra, dinero y bienes para llevar a cabo una vida digna, pues, si bien no debe dejarse llevar por la ostentación, tampoco debe vivir como un pordiosero.

Por eso, el Concilio pide a los presbíteros que disciernan, a la luz de la fe, el recto uso de los bienes propios y de los derivados de su oficio, que eviten toda clase de codicia y que no hagan ningún tipo de comercio con las cosas santas.

Es más, invita este decreto a abrazar la pobreza voluntaria, siguiendo el ejemplo de Cristo que, siendo rico, se hizo pobre por nosotros, y a buscar algún tipo de comunidad de bienes, como hacía aquella comunidad cristiana que lo tenía todo en común, nadie llamaba suyo propio a lo que tenía, sino que servía para atender a los necesitados.


3.- RECURSOS PARA LA VIDA DE LOS PRESBÍTEROS

Ha dado Presbyterorum Ordinis dos pasos para describir y desarrollar la vida de los presbíteros: la unidad de vida y los consejos evangélicos. Ahora da otro paso más: la enumeración de unos recursos necesarios en esa vida.


3.1.- Recursos para fomentar la vida espiritual

Para su vida espiritual ofrece los siguientes recursos:

Primero, la doble mesa de la Palabra de Dios y de la Eucaristía. Alimentarse del pan de la Palabra, para hacer vida lo que lee y lo que predica, especialmente de la Palabra que se proclama en la Eucaristía, y que el sacerdote estudia y predica pensando no sólo en sus fieles, sino también en sí mismo. Y alimentarse del pan de la Eucaristía, del mismo Cristo sacerdote a quien representa y en nombre de quien actúa ha de ser su propia vida.

Segundo, el uso frecuente del examen de conciencia y del sacramento de la penitencia. Sentirse necesitado de la misericordia de Dios llevará también al sacerdote a transmitir esa misericordia a sus fieles y a celebrar con alegría el gran amor que Dios tiene a sus fieles y a sí mismo.

Tercero, el ejemplo de docilidad de la Virgen María llevará al sacerdote a reverenciar a amar a la Madre de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio.

Cuarto. La oración, el coloquio cotidiano con Cristo Señor, tanto en la intimidad de la oración mental como en la adoración eucarística, tanto en retiros y ejercicios espirituales como en la cotidiana Liturgia de las Horas. En este sentido valora también el Decreto la importancia de la dirección o acompañamiento espiritual.

3.2.- Estudio y ciencia pastoral

Pero la vida espiritual no basta. El concilio recuerda también la necesidad del estudio de la Sagrada Escritura (DV 25), de los Santos Padres y de la Tradición de la Iglesia, de la Teología y de los documentos del Magisterio. Quizá algunos piensen que con lo que estudiaron en el Seminario tienen suficiente. Se equivocan. Es necesario el recuerdo de lo estudiado, la profundización en materias concretas y la puesta al día con la lectura y estudio de nuevas publicaciones, para que no muera en la rutina la vida personal del presbítero y su función de enseñar y dar solidez a la fe del Pueblo de Dios.

Con el estudio de las ciencias sagradas recomienda el documento el estudio de las ciencias humanas, con el fin de que el presbítero pueda entablar un diálogo oportuno con sus contemporáneos, tanto fieles como alejados y no creyentes. No es preciso ser expertos en todas las materias, pero sí tener la suficiente cultura para poder hablar con unos y otros de enseñanza, de historia, de usos y costumbres, de arte, etc.

Para poder realizar dichos estudios pide el Concilio que se procuren los medios oportunos, como son la organización de cursos y congresos, erección de centros de estudios especializados y bibliotecas y a los Obispos que dediquen a algunos sacerdotes para un estudio más profundo y nunca falten en sus diócesis maestros idóneos para la formación de los clérigos.

3.3.- Proveer a la justa retribución de los presbíteros

Dice el evangelio que no sólo de pan vive el hombre, pero cierto es que el pan es tan necesario que el Señor nos invita a pedirlo en el Padrenuestro, “danos hoy nuestro pan de cada día”, y en el discurso a los 72 dice con claridad: “el obrero merece su salario” (Lc 10,7).

En este sentido, dice Presbyterorum Ordinis que los presbíteros merecen recibir una justa remuneración y es obligación de los fieles y de los Obispos proveer para que así sea. Dejando de lado un sistema beneficial, defiende el Decreto que el objeto mismo del salario es el Oficio mismo y que todos los sacerdotes, en las mismas condiciones, han de tener salarios semejantes, y que el salario tiene que ser suficiente para vivir con dignidad e, incluso, para ir de vacaciones.


CONCLUSIÓN Y EXHORTACIÓN

Como conclusión, reconoce Presbyterorum Ordinis que los presbíteros desarrollan su ministerio en medio de grandes dificultades, en un mundo cambiante en lo económico, en lo social, en lo político, en lo tecnológico… Se pueden sentir ajenos a este mundo y agobiados por tantos obstáculos que se oponen a la fe, por la aparente esterilidad del trabajo realizado y por la amarga soledad que muchos padecen.

Sin embargo, hay que reconocer que el mundo en que vivimos tiene muchas cosas positivas que infunden optimismo y que el trabajo pastoral puede compararse al del hombre que siembra semilla en su campo y “ya duerma o vele, noche y día, el grano germina sin que él lo advierta” (Mc 4,27). El presbítero está invitado a reconocer que los frutos de su trabajo son “granos de mostaza” con vocación de desarrollo y que, al final de tantos esfuerzos, puede llegar a decir: “Soy un pobre siervo, he hecho lo que tenía que hacer”.

Ese optimismo se refuerza al reconocer que el presbítero no está solo en la ejecución de su trabajo: está unido a Dios, participa del sacerdocio de Cristo, realiza su tarea con la asistencia del Espíritu Santo y tiene por compañeros a sus hermanos en el sacerdocio y aún a los fieles del mundo entero.

Termina Presbyterorum Ordinis dando gracias a todos los presbíteros de la tierra y, sobre todo, al mismo Dios, a “Aquel que puede hacer mucho más sin comparación de los que pedimos o concebimos, con ese poder que actúa entre nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones por los siglos de los siglos. Amén”. (Ef 3,20-21).


Felipe García Espejo, Párroco de Santa Ana

y Delegado del Clero, Diócesis de Cuenca

1 Documentos del Vaticano II, BAC, Madrid, 1985, pág, 337-338

2 En ese sentido dice Denis: “En relación a la doctrina del carácter cabe señalar, en medio de una gran continuidad, un desplazamiento respecto de Trento: la identidad sacerdotal del presbítero no se explica desde el poder sobre el cuerpo eucarístico, sino desde esa acción “in persona Christi capitis”; por consiguiente, el presbiterado se entiende menos como un poder sobre la eucaristía que como una gracia para la misión”. En DENIS, La teología del presbiterado desde Trento al Vaticano II, pág, 235.

3 MADRIGAL, S, Ser sacerdote según el Vaticano II y su recepción postconciliar, en URIBARRI BILBAO, G, (ed), El ser sacerdotal. Fundamentos y dimensiones constitutivas, San Pablo, Madrid, 2010, pág, 131-132.

4 SÁNCHEZ PÉREZ, A, El Presbítero y el Seminario después de Presbyterorum Ordinis y Optatam Totius, Almogarén, 2005, Gran Canaria, pág, 173.

5 Lc 6,12-16

6 Directorio para la vida y ministerio de los presbíteros, 2013, pág, 20-49

7 1Cor 9,19-23

8 Lo hace siguiendo el mismo orden del Capítulo III de L.G., en el que el anuncio de la Palabra ocupa el primer lugar (LG 25), la función sacerdotal el segundo lugar (LG 26) y, finalmente la función de gobierno, en clave pastoral, (LG 27).

9 GAMARRA MAYOR, S, La espiritualidad presbiteral y el ejercicio ministerial según el Vaticano II, Simposio sobre Espiritualidad del presbítero diocesano secular, Edice, Madrid, pág, 481




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