Los primeros días de febrero un grupo de sacerdotes de Madrid y de
Cuenca nos juntamos a rezar en la ciudad de La Mota del Cuervo (Cuenca).
En el alto de un cerro los antiguos molinos de viento –símbolo de La Mancha– al tiempo que daban armonía y belleza al paisaje fueron testigos silenciosos de nuestra oración más continuada a la vez que, por momentos, inspiraron nuestros pensamientos concentrados en la contemplación y reflexión de las realidades sobrenaturales que tratábamos de convertir en materia de nuestra oración. Ellos, inmortalizados en la gran obra Don Quijote de La Mancha por Miguel de Cervantes, se hicieron compañeros en nuestros paseos al lugar en que se encuentran.
Distante, a siete kilómetros, está la ermita que guarda a la Patrona de todos los moteños La Virgen de Manjavacas. Allí nos dirigimos en otras ocasiones para pasar las cuentas del Rosario y dejar en manos de la Virgen nuestros propósitos e intenciones.
Como demuestra la larga experiencia espiritual de la Iglesia, los días de retiro espiritual constituyen un momento idóneo y eficaz para una adecuada formación permanente del clero. Contra una práxis que tiende a vaciar al hombre de todo lo que sea interioridad, el sacerdote debe encontrar a Dios y encontrarse a sí mismo haciendo un reposo espiritual para sumergirse en la meditación y en la oración.