Santiago, estudiante de Filosofía en la Universidad Complutense, y habitual en el Ateneo los domingos por la tarde, a la vuelta de un Curso sobre Santo Tomás de Aquino, nos dejó sus impresiones.
Santo Tomás de Aquino (1224-1274) es sin duda una de las figuras más preclaras de la historia de la Iglesia. Con razón se le venera como el más sabio entre los santos y el más santo entre los sabios. Su vida entera y su doctrina son, por encima de todo, ejemplo vivo de santidad para todos los fieles. Destacar la santidad de Tomás de Aquino, aunque parezca una ingenuidad, se hace hoy más necesario que nunca frente a las caricaturas con las que con frecuencia se desdibuja su persona. En efecto, vemos con tristeza cómo se ve en santo Tomás a una especie de intelectualista frío y alejado del calor de la vida espiritual. Por otra parte, constatamos que la doctrina sapiencial del Aquinate se ve recluida a los manuales empolvados de las bibliotecas y es olvidada incluso dentro de los estudios eclesiásticos en los que debería ser la doctrina central y vertebradora. Sin embargo, se debe reivindicar la figura de santo Tomás como verdadera fuente de renovación espiritual tanto de la Iglesia, como de la vida cotidiana de los fieles.
En primer lugar, no podemos olvidar el puesto de honor que santo Tomás ocupa en la enseñanza filosófica y teológica dentro de la Iglesia. El Magisterio de la Iglesia en este punto es claro y constante, siendo la doctrina de santo Tomás alabada por toda la tradición de los papas. Esta primacía del pensamiento de santo Tomás puede justificarse por varias razones. Por una parte, se trata de un pensamiento que es siempre nuevo no solo para avanzar en la especulación teológica, sino también para interpretar y leer con acierto a todos los demás doctores y autores de la Iglesia pertenecientes a otras escuelas de pensamiento. Por otra parte, el pensamiento de santo Tomás constituye un gran esfuerzo de síntesis, un intento de unidad del conocimiento que integra toda verdad: síntesis armónica entre razón natural y revelación, entre naturaleza y gracia, entre poder político y poder religioso, etc.
En segundo lugar, no menos importante es combatir la imagen falsificada de santo Tomás como alguien despreocupado de la experiencia afectiva en la vida del alma. Si nuestro santo llegó a esas cotas de desarrollo especulativo, se debió ciertamente a un conocimiento como experiencial, es decir, que estudiaba y aplicaba su inteligencia a aquello de lo que previamente había tenido cierta experiencia mística, fruto de su unión estrechísima con Dios. Así, al final de su vida, cuando el Señor le dijo: “bien has escrito de mí, Tomás; ¿qué quieres en recompensa?”, el santo le respondió: “nada sino solo a Ti”. De este modo, santo Tomás nos enseña la manera en la que debemos acercarnos al estudio de la filosofía y de las cosas de Dios: un estudio ordenado siempre a una mayor inteligencia de la Palabra de Dios y, en definitiva, a la unión con Cristo.