La 2 de Televisión Española ha retransmitido hoy la Santa Misa desde la parroquia de Santa María Magdalena de Madrid. Reproducimos aquí la homilía pronunciada por don José Miguel Granados, párroco y asistente habitual a las actividades del Ateneo de Teología


1. Con la ayuda del Espíritu Santo queremos asimilar las enseñanzas de este evangelio tan conmovedor. Nos imaginamos la tremenda escena descrita por san Juan, con los diversos personajes.
Por un lado, está la mujer pecadora: humillada, arrojada al suelo; temblorosa y despavorida. Por otro lado, los verdugos arrogantes e implacables: con piedras en las manos y rostros severos. Por último, Jesús: sereno, serio con los acusadores, en disposición de defender a la acusada. La mujer queda sola. Angustiada. Acusada por hombres crueles. Jesús la protege. Se pone de su parte.
Se trata del encuentro de la miserable pecadora con Jesucristo, que es la encarnación de la misericordia. 2. Cristo no ha venido a condenar sino a salvar. Nos enseña a no entrar en el juego sucio del demonio que acusa a los hermanos. A no ceder a la condena despiadada. A ser pacientes y cordiales con todos. Jesús instaura en el mundo el reino del amor misericordioso. Con él la bondad paciente supera la agresión vengativa. Sumirada de ternura infinita ofrece el perdón y la paz, restaura la dignidad de cada persona y concede la libertad plena de los hijos de Dios. Sus palabras cambian el curso de la historia: transforman la dureza de corazón en caridad entrañable, hacen pasar del odio fratricida al verdadero amor fraterno, llevan de la desesperación y la muerte a la esperanza de la vida eterna. Su presencia amable introduce la novedad de la gracia y la belleza divinas en las almas y en las comunidades. Su obra salvadora restaura la humanidad caída y nos eleva a la dignidad de hijos de Dios y herederos del cielo. Por eso, sería estupendo que en este final de la cuaresma todos los creyentes nos acercáramos arrepentidos al sacramento de la reconciliación para obtener por el ministerio de los sacerdotes el perdón de nuestros pecados y aprender a perdonar de corazón a los hermanos. 3. Por otra parte, comprobar el avance del poder de las tinieblas, en nuestro entorno e incluso en nosotros mismos, sufrimos la tentación del desaliento y de la desesperanza. Parece que la maldad establece su dominio mentiroso en el mundo. Nos sentimos pequeños e impotentes ante tanta perversidad. Hoy algunos poderosos promueven guerras injustas y crueles que destruyen a pueblos inocentes, como ocurre en Ucrania. Además, muchos propugnan normas y prácticas inicuas e inhumanas contra la vida humana más débil, contra la santidad del matrimonio y la familia, y contra la libertad educativa de los padres. 4. Por eso, es urgente que los cristianos nos movilicemos para evangelizar de nuevo la sociedad y la cultura. Y hemos de pedir al Señor que renueve nuestra fe en el poder infinito de su misericordia. Pues, en realidad, el amor puede más. Lo puede todo. Quien ama siempre gana. No se pierde ninguna obra de misericordia. Ningún gesto de caridad con el prójimo necesitado es inútil. Todo esfuerzo en favor de los hermanos dará frutos de justicia. En este sentido, resulta hermoso constatar la ola de solidaridad y de voluntariado que ha surgido en muchos corazones nobles, especialmente en Polonia, ante el sufrimiento del pueblo ucraniano. Esta generosidad admirable constituye un gran motivo de esperanza. 5. La fe nos confiere esta certeza: No se pierde ninguna oración. El que reza tiene en su mano el timón de la historia. El Padre eterno escucha las súplicas de sus hijos y responde estableciendo una barrera sobrenatural de misericordia que frena la extensión del mal. El Señor cuenta con la entrega gratuita y alegre de las almas creyentes y sencillas para transformar el mundo. Al final, Dios y los suyos vencen. El aparente fracaso de la cruz es en realidad la victoria pascual del amor misericordioso que llena la tierra. 6. Por eso, hemos de acudir confiados a la Virgen santa María, Reina de la paz, con el rezo del rosario.
Madre de misericordia y de esperanza: vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos; apiádate de tus hijos que padecen en este valle de lágrimas; obtennos el don del Espíritu Santo, con la esperanza de alcanzar el perdón y la salvación. Madre de Dios y madre nuestra: con tu sí abriste a Dios las puertas del mundo a Jesucristo, el Salvador; atrae para todos los pueblos el don divino de la reconciliación y de la paz.
José Miguel Granados Temes
Párroco de la Parroquia de Santa María Magdalena de Madrid. Profesor de la Universidad San Dámaso.
Doctor en Sagrada Teología