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La integración adecuada de los diversos grupos eclesiales en la vida perroquial

En su vídeo mensaje de mayo de 2023 para la Red Mundial de Oración por el Papa, el Papa Francisco afirma que “los movimientos eclesiales son un don, son la riqueza en la Iglesia: renuevan la Iglesia con su capacidad de diálogo al servicio de la misión evangelizadora.


José Miguel Granados.

Universidad Eclesiástica San Dámaso. Madrid



I. Don y riqueza de la Iglesia


En su vídeo mensaje de mayo de 2023 para la Red Mundial de Oración por el Papa, el Papa Francisco afirma que “los movimientos eclesiales son un don, son la riqueza en la Iglesia: renuevan la Iglesia con su capacidad de diálogo al servicio de la misión evangelizadora; redescubren cada día en su carisma nuevas formas de mostrar el atractivo y la novedad del Evangelio; hablando idiomas diferentes, parecen diferentes, pero es la creatividad que crea esas diferencias. Pero entendiéndose siempre y haciéndose entender”1. Afirma, además, que han de trabajar “al servicio de los Obispos y las parroquias para evitar cualquier tentación de encerrarse en sí mismos, que este puede ser el peligro”2.

Por ello, exhorta a sus miembros “a mantenerse siempre en movimiento, respondiendo al impulso del Espíritu Santo, a los desafíos, a los cambios del mundo de hoy; y a mantenerse en la armonía de la Iglesia, pues esta es un don del Espíritu Santo”3. Y, en fin, reza “para que los movimientos y grupos eclesiales redescubran cada día su misión, una misión evangelizadora, y que pongan sus propios carismas al servicio de las necesidades del mundo”4.


II. Integración parroquial


Afrontamos ahora un asunto difícil, pero de importancia decisiva para el florecimiento de las comunidades cristianas y la expansión evangelizadora: la integración adecuada de los diversos grupos, asociaciones, comunidades y movimientos eclesiales en la vida parroquial. Advertimos que aquí no consideramos la diversidad de realidades eclesiales en sí mismas, ni su variada consideración histórica, jurídica, institucional y carismática, sino solamente el tema de su inserción en las parroquias5.

Es un tema que interesa y preocupa a los obispos y a los sacerdotes que trabajan en las parroquias, pues saben que de ello depende en gran medida la vitalidad de las comunidades que atienden6. También incumbe, lógicamente, a los miembros de dichas instituciones eclesiales y a todos los fieles.

Al mismo tiempo, resulta sorprendente la variedad de opiniones y de opciones pastorales que se dan en este campo. En efecto, con gran disparidad de criterios, cada sacerdote -también cada obispo, y cada fiel, especialmente quien pertenece a alguna de estas realidades eclesiales- hace su propia síntesis y toma las decisiones que le parecen oportunas. Además, se constata que las conclusiones -y los modos de actuar- resultan muy divergentes e, incluso, enconadas, con el desconcierto que ello produce en los miembros del pueblo de Dios, que esperan encontrar concordia eclesial.

Por ello, tras reconocer el “status quaestionis” de las diversas opiniones y puntos de vista, resulta imprescindible una reflexión ponderada y un diálogo en profundidad para revisar las propias ideas al respecto, buscando sinceramente el designio y la voluntad del Señor en la comunión de la doctrina de la Iglesia. Así, al confrontarnos con otras experiencias y puntos de vista diversos -y contrapuestos en algunos aspectos-, es probable que descubramos distintas perspectivas válidas, así como prejuicios o errores que debemos corregir. Entonces, seguramente seremos capaces de llegar a una comprensión más clarividente y a un juicio más equilibrado que ayude a mejorar la acción evangelizadora.


III. Necesidad y ventajas de una inserción adecuada


En primer lugar, se ha de afirmar que la disposición de acogida y apertura eclesial resulta necesaria para no entender el ámbito pastoral como una especie de “coto privado”, propiedad del párroco, o para no “polarizar de forma monocolor” la parroquia en un grupo o en un estilo concreto, excluyendo al resto arbitrariamente.

Indudablemente, se ha de evitar una cerrazón autoritaria o un talante hipercrítico del pastor que impide la acción del Espíritu Santo y que agosta la vida cristiana, para dejar languideciente o mortecina la vida parroquial. Un carácter inadecuado o un liderazgo mal entendido y excesivo por parte de ministros de la Iglesia -o de los consejos pastorales- que pretenden controlar todo puede ahogar la vida espiritual y apostólica de los fieles.

Por otro lado, el ideal pastoral no puede ser evitar problemas y alcanzar “la paz de los cementerios”. Está claro que donde surge la nueva vida abundante normalmente hay excesos que ajustar y corregir. Esto ha ocurrido a lo largo de la historia de la Iglesia con las nuevas iniciativas suscitadas por el Espíritu en cada época. En cambio, donde todo está apagado o muerto ya no hay tensiones ni dificultades. A veces da la impresión de que algunos buscan principalmente evitar problemas con una actitud cómoda.

Resulta una afirmación común sostener que la parroquia ha de ser “comunidad de comunidades7, casa para todos en la Iglesia, acogedora de múltiples sensibilidades y formas dentro de la comunión de fe, integradora de asociaciones tradicionales y recientes, hermandades y cofradías, comunidades, nuevos movimientos y demás realidades eclesiales. Aunque luego, en la práctica, muchas veces no se cumpla este principio o máxima por uno u otro motivo: en ocasiones, seamos honestos, por falta de sensibilidad pastoral o por celotipias inconfesables.

Por otro lado, la experiencia demuestra habitualmente la fecundidad evangelizadora que florece en grupos, comunidades, instituciones y movimientos eclesiales en los variados ambientes sociales, culturales y profesionales, a los que en muchas ocasiones no llega la vida de la parroquia y de sus feligreses, pues requiere una preparación especial y formas asociadas de apostolado.

Además, entre las personas que se acercan a estos nuevos grupos eclesiales abundan las conversiones profundas, sinceras y hermosas, así como múltiples iniciativas de vida espiritual y de expansión eclesial, llenas de fuerza y de implantación evangelizadora.

A diferencia de lo que, por desgracia, puede ocurrir con la masa desmotivada de los fieles católicos, penosamente lánguida y aburguesada, que no responde a las llamadas del Señor y de la Iglesia, y se conforma negligentemente, sin ardor cristiano, con unos mínimos, las personas que participan en las realidades asociativas de la Iglesia demuestran habitualmente tener grandes deseos de orar, de formarse y de desplegar actividades caritativas y apostólicas con gran tesón y empuje8. Mientras que la tibieza de los primeros causa mucha tristeza y desaliento, las transformaciones interiores y los afanes de santidad y apostolado que se producen en muchas personas que se acercan a estos grupos eclesiales llenan de gozo y motivación el corazón de los pastores.

Así pues, la buena inserción pastoral entre las diversas realidades eclesiales, superando recelos y envidias, hace brotar espléndidas y fecundas sinergias eclesiales, en beneficio de la acción evangelizadora en todos los ámbitos.

Además, la vitalidad exuberante de estos grupos eclesiales atrae con frecuencia a jóvenes y adultos con su peculiar alegría e inventiva, superando las limitaciones de los viejos esquemas, en ocasiones fosilizados y rutinarios, que apenas consiguen movilizar a los fieles.

En efecto, con frecuencia las nuevas realidades eclesiales consiguen acercar, retener e ilusionar a personas que de otro modo no se acercan a la Iglesia, o permanecen parados y abúlicos, o se van atraídos por el proselitismo de los cristianos protestantes, de los evangélicos y de las múltiples sectas, que pueden realizar ofertas más atractivas que las de parroquias mortecinas que rechazan estas nuevas realidades eclesiales.

La inserción parroquial de grupos y movimientos bien encauzada puede enriquecerenormemente la comunidad parroquial y su acción evangelizadora que, gracias a ellos, se llena muchas veces de entusiasmo, compromiso, fuerza y vitalidad.

Además, estas realidades se constituyen habitualmente en grupos de referencia a los que invitar a personas, con la seguridad de que los fieles encontrarán allí una comunidad con un clima familiar que los acompañará con solicitud para crecer en la fe y convertirse en testigos audaces del evangelio.

Hay que añadir que muchas veces estos grupos eclesiales cuidan oportunamente a los sacerdotes con afecto humano y, al ofrecerles nuevos y espléndidos cauces pastorales cuando se sentían pastoralmente perplejos o bloqueados, animan y avivan su ministerio de modo maravilloso.

Otro fruto del Espíritu Santo es el surgimiento de vocaciones a la santidad en los diversos estados de vida: matrimonios apostólicos, entregados y generosos, que forman auténticas escuelas de vida cristiana y de oración, con muchos hijos, que son semilleros donde florece la llamada a la vida sacerdotal, misionera y consagrada9.

IV. Objeciones: inconvenientes y dificultades


Consideramos ahora con realismo las objeciones que con frecuencia se aducen por parte de los pastores y de los miembros de estas realidades eclesiales, en las que se expresan los inconvenientes y las dificultades para dicha integración de movimientos, asociaciones, comunidades y grupos católicos en las parroquias.

Hay quien considera que con frecuencia estas nuevas realidades eclesiales están ancladas en esquemas excesivamente rígidos, o tienen poca claridad y transparencia en su organización, o manifiestan opacidad en sus formas de actuar. Algunos consideran que, en ocasiones, el seguimiento de los iniciadores o fundadores puede suponer una fijación excesiva, por encima del sentido eclesial. Además, su impronta carismática y fogosa puede degenerar en exclusivismo, elitismo y auto-referencialidad, a modo de “iglesia paralela”, o en diversas tensiones y conflictos, en vez de la deseada “convergencia o concordia pastoral”10.

Se argumenta también que, en algunas ocasiones, adolecen de falta de sentido eclesial, con desviaciones doctrinales de fe, moral, derecho canónico, liturgia o espiritualidad. En algunas de estas nuevas realidades, incluso, se ha producido una fuerte ideologización o politización -ya sea “tradicionalista” o “progresista”- que desnaturaliza su condición eclesial, al dar excesiva importancia a pretensiones ajenas al evangelio.

Surgen a veces problemas para respetar elementos del carisma, de los métodos y del estilo, que pueden degenerar en distorsiones, en ocasiones graves, como la imprudencia en las formas de vida y apostolado, la manipulación de las conciencias, las luchas internas de poder, los intereses mundanos, etc.

También puede parecer que se concede relevancia excesiva a los grupos y movimientos que están de moda, sin un contenido institucional, apostólico o carismático definido y específico11. En este sentido, a veces los nuevos grupos acusan un excesivo emotivismo en las formas, por encima de las grandes tradiciones de vida y de espiritualidad de la Iglesia, con un prurito de novedad inadecuado que responde más, quizás, al espíritu del mundo. Así se puede caer en un vacío de sentido cristiano, al descuidar la formación sólida y la prioridad de una conversión profunda a la fe, al compromiso evangelizador de transformación social y a las obras de caridad.

También algunos pastores consideran inaceptable el hermetismo y la fuerte autogestión, endogamia o autonomía de diversas realidades y grupos eclesiales, sin contar con los criterios del párroco o del obispo: sin colaborar para la misión de formar comunidad parroquial y diocesana. Aunque, ciertamente, también hay otros grupos que procuran contar con los pastores e insertarse en la vida parroquial y diocesana, y lo hacen de forma adecuada si encuentran la disposición favorable y cordial de los pastores.

Algunos pastores consideran que se da una utilización -con frecuencia casi gratuita- de las instalaciones de la parroquia, así como el aprovechamiento de su prestigio eclesial, pero sin integrarse en la vida y en el plan pastoral parroquial y diocesano, sino con un funcionamiento al margen e, incluso, “parasitario”, “como un quiste”. Hasta el punto de que, con el tiempo, estos grupos pueden suponer un pesado lastre para la parroquia, hasta resultar muy difícil su expulsión cuando aparecen desajustes y problemas graves.

O también, otros pastores consideran que los movimientos acuden a la parroquia no para servir y dinamizar la comunidad sino -como se dice vulgarmente- para “pescar en pecera”; es decir, con el fin de captar adeptos para sus filas. En efecto, en ocasiones algunos cristianos parecen preferir la navegación de cabotaje, junto a la orilla tranquila, con los adeptos, en vez de adentrarse “mar adentro” (cf. Lc 5,1-11), para evangelizar los ambientes sociales difíciles.

Asimismo, se puede dar el uso de los curas como meros conserjes o proveedores de locales o de servicios materiales, sin consideración, respeto ni apenas contar con ellos a la hora de decidir los elementos fundamentales de la organización, la espiritualidad, la formación y el apostolado.

En esta línea, cabe añadir que muchos grupos habitualmente traen a la parroquia sacerdotes u otras personas para dirigir las charlas y los eventos -como oradores carismáticos o curas “estrella” de renombre- sin contar con el párroco ni su discernimiento doctrinal y pastoral.

De hecho, por estos u otros motivos hay bastantes sacerdotes que se manifiestan muy reticentes e, incluso, abiertamente contrarios a los movimientos, comunidades y asociaciones, y los rechazan de modo drástico. Otros, en cambio, son muy partidarios de algunos de ellos, aunque quizá falten criterios objetivos claros. En general, se constata que los sacerdotes cuya vocación procede de algún movimiento o institución eclesial son más favorables a ellos. Por tanto, hay demasiada divergencia al respecto, lo cual lleva a la perplejidad y a cuestionar la eclesialidad de algunos criterios o posturas.

Con frecuencia ocurre que los párrocos que tienen muchos feligreses en barrios o pueblos muy populosos prescinden de los movimientos y de las asociaciones, pues ya tienen gente en abundancia y una comunidad viva que atender. En cambio, aquellos que se encuentran con una parroquia vacía o una comunidad lánguida y apagada son más proclives a acoger a los movimientos y demás realidades eclesiales como solución ante la incapacidad de atraer personas y evangelizar.

Por otro lado, en cuanto a la implantación territorial se constata que hay diócesis populosas que aparecen como “oasis” en los que florecen los nuevos movimientos, las comunidades, las asociaciones y los grupos. En otras, en cambio, debido a diversos motivos, como la despoblación, o la actitud refractaria de los pastores, apenas tienen arraigo.

Otros factores fundamentales para acoger o rechazar los movimientos son las ideas, e incluso el carácter, de los sacerdotes. Los que son muy autoritarios o los de temperamento receloso o muy rigurosos en la doctrina, suelen desconfiar de los grupos que ellos no dirijan y controlen plenamente. En cambio, los más pacientes, tolerantes o aperturistas, con mucha paciencia y sentido de gradualidad pastoral, acogen con frecuencia diversos grupos y se adaptan con más facilidad a los mismos, procurando respetar y valorar su carisma, para caminar en sintonía y crecer juntos poco a poco.

V. Criterios para una integración adecuada


Como constatamos por todo lo referido, se requiere un discernimiento eclesial, guiado por el Espíritu Santo, sobre elementos fundamentales como la doctrina católica, el derecho canónico, la liturgia, la pastoral y la espiritualidad, para determinar si cada grupo o movimiento se inserta plenamente en la fe y vivencia de la Iglesia12.

Por supuesto que se dan en la Iglesia muchos ámbitos de libertad y creatividad. Por ello, los pastores no han de ahogar la iniciativa de los fieles y, sobre todo, la acción variada y multiforme del Espíritu Santo, pues correrían el riesgo de secar la vida de la gracia y la expansión eclesial13.

También hace falta un discernimiento adecuado sobre otras cuestiones de orden práctico, más allá de los aspectos doctrinales, pero que tienen relevancia. Por un lado, está la realidad concreta de la parroquia y de los feligreses. Es decir, sus necesidades, sus recursos, su situación, etc. Pues no todos los movimientos, asociaciones y grupos son oportunos en todas partes y en todos los momentos. Algunos proponen, incluso, que a estos grupos y a los sacerdotes que los atienden se les encomienden iglesias o capillas no parroquiales en las que centren sus actividades.

Según la historia particular de cada comunidad parroquial, con los múltiples condicionamientos y circunstancias, corresponde al párroco con la ayuda de sus colaboradores inmediatos, siempre en comunión con el obispo, determinar qué realidades eclesiales son mejores para el florecimiento de la santidad y de la evangelización en la comunidad parroquial concreta. En esta decisión se han de tener en cuenta -junto a las cuestiones doctrinales referidas- factores como el carácter y el temperamento de las personas, los tiempos, los espacios, las prioridades pastorales, así como otras circunstancias. En definitiva, habrá, sin duda, ocasiones en que el juicio prudencial determinará que resulta justo y oportuno el rechazo temporal de un grupo concreto en una parroquia.

Indudablemente, es preciso mantener un equilibrio de relaciones en esta inserción, poniendo en juego por parte de todos los pastores y de los demás agentes eclesiales diversas virtudes humanas y sobrenaturales: paciencia, humildad, prudencia, audacia de fe para evangelizar la cultura y la sociedad, piedad sincera, caridad con los más necesitados, etc.14.

Así, por ejemplo, la experiencia enseña que cuando los sacerdotes se sitúan al margen de los grupos, y viceversa, los grupos se distancian o aíslan de los pastores, es fácil que surjan pronto recelos, incomprensiones, desafección y confrontación por cualquier motivo, llegando a la ruptura con penosas consecuencias para la acción evangelizadora, que puede ralentizarse o quedar paralizada.

En cambio, cuando por un lado los grupos demuestran verdadero sentido eclesial y talante abierto de colaboración, superando actitudes rígidas, y por otro, los párrocos y demás agentes pastorales tienen la apertura de mente católica y la generosidad de tiempo y esfuerzo necesarias para integrarse y participar en las actividades los grupos con dedicación de tiempo y esfuerzo, afecto cordial y sentido positivo, sin recelos ni imposiciones, poco a poco los sienten como algo propio, vibran con ellos, comparten su perspectiva, y los llegan a considerar parte de la comunidad parroquial. Entonces crece la comunión15, en una espléndida conjunción de fuerzas, se van corrigiendo anomalías, se superan las dificultades que se han de solventar con prudente paciencia, y se despliega una maravillosa fecundidad pastoral16.


VI. Conclusión: una exigencia de la urgencia evangelizadora


A la luz de las enseñanzas de los Papas y de la experiencia común de los miembros de la Iglesia, indudablemente se afianza la convicción de la necesidad ineludible de pensar, dialogar y acertar en el modo adecuado de avanzar en la integración de los movimientos y demás instituciones eclesiales en la vida de las comunidades parroquiales y diocesanas. Así procuran hacerlo muchos pastores y demás fieles. Así se constata al contrastar opiniones al respecto con muchos sacerdotes, laicos y consagrados, implicados con entusiasmo en la tarea apostólica considerando múltiples argumentos.

Hemos afrontado aquí brevemente un tema difícil e, incluso, espinoso dentro de los presbiterios diocesanos. Una cuestión de la que se habla mucho en los diversos círculos eclesiales, pero que -me parece- no ha sido afrontada de un modo pastoralmente sistemático y convincente. Sin embargo, se trata de un asunto ineludible, de la máxima relevancia e interés para el crecimiento de la acción evangelizadora, especialmente en una sociedad que penosamente se aleja cada día más de la fe.

No podemos detenernos en la misión por ningún motivo. Nada debe bloquear la acción evangelizadora de la Iglesia. Hace falta resolver con inteligencia y caridad pastoral las dificultades doctrinales y prácticas que puedan surgir para unir fuerzas y trabajar juntos, pues “la mies es mucha y los obreros son pocos” (Mt 9,37). Hemos de movernos dóciles al fuerte soplo del Espíritu Santo. Pues “la caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14) a evangelizar.


1 Por su parte, Benedicto XVI se ha manifestado en muchas ocasiones profundamente favorable a los nuevos movimientos y asociaciones eclesiales: “la realidad de los movimientos eclesiales es signo de la fecundidad del Espíritu del Señor, para que se manifieste en el mundo la victoria de Cristo resucitado y se cumpla el mandato misionero encomendado a toda la Iglesia” (Discurso a los miembros de Comunión y Liberación, 24/3/2007); “la vitalidad de vuestras comunidades es un signo de la presencia activa del Espíritu Santo. Vuestra misión ha nacido de la fe de la Iglesia y de la riqueza de los frutos del Espíritu Santo. Deseo que seáis cada vez más numerosos, para servir a la causa del Reino de Dios en el mundo de hoy” (Discurso a los representantes de los movimientos en Polonia, 26/5/2006).

2 Afirma Benedicto XVI: “Después del Concilio, el Espíritu Santo nos ha regalado los ‘movimientos’. A veces al párroco o al obispo les pueden parecer algo extraños, pero son lugares de fe en los que los jóvenes y los adultos experimentan un modelo de vida en la fe como oportunidad para la vida de hoy. Por eso os pido que salgáis al encuentro de los movimientos con mucho amor. En ciertos casos hay que corregirlos, insertarlos en el conjunto de la parroquia o de la diócesis, pero debemos respetar sus carismas específicos y alegrarnos de que surjan formas comunitarias de fe en las que la palabra de Dios se convierte en vida” (Discurso a los obispos alemanes, 18/11/2006).

3 Sostiene Benedicto XVI que, en realidad, “toda la Iglesia, como solía decir el Papa Juan Pablo II, es un único gran movimiento animado por el Espíritu Santo, un río que atraviesa la historia para regarla con la gracia de Dios y hacerla fecunda en vida, bondad, belleza, justicia, y paz ” (Alocución 4/6/2006).

4 Cf. San Juan Pablo II, Discurso en el encuentro de los movimientos eclesiales y nuevas comunidades (30/5/1998). Puede verse también este espléndido volumen, íntegramente publicado en versión digital en internet: Pontificium consilium pro laicis, I movimenti nella Chiesa: Atti del Congresso mondiale dei movimenti ecclesiali, Roma, 27-29 maggio 1998, Città del Vaticano 1999.

5 Cf. Ratzinger, J., I movimenti ecclesiali e la loro collocazione teológica, en: I movimenti, cit., 23-51; Coda, P., I movimenti ecclesiali, dono dello Spirito. Una riflessione teologica, en: I movimenti, cit., 77-103; Scola, A., La realtà dei movimenti nella Chiesa universale e nella Chiesa locale, en: I movimenti, cit., 105-127. Remito también a: Bru, M. Mª.,Movimientos laicales, estímulo y cauce de la vocación laical: “Teología y catequesis”, 145 (2019) 141-167; González Muñana, M., Los nuevos movimientos eclesiales (San Pablo, Madrid 2001).

6En este contexto, sobre la institución parroquial y la necesidad de repensar sus formas, véase: Álvarez de las Asturias, N., Parroquias misioneras: camino a recorrer, decisiones a tomar, (texto escrito para la intervención en el Consejo presbiteral de la Archidiócesis de Madrid, 17/11/2022); Bo, V., Storia della parrocchia, 5 vols. (EDB; Roma 1992-2004); Coccopalmerio, F., La parroquia (BAC-Ediciones San Dámaso, Madrid 2015).

7 Cf. Congregación para el clero, Instrucción La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, 20/7/2023, nn. 27-33.

8 Cf. De Monléon, A.-M., I movimenti como luogo di una umanità tranfigurata, en: I movimenti, cit., 147-161.

9 A modo de resumen puede servirnos este elenco de elementos positivos que con frecuencia encontramos en los nuevos movimientos: identidad clara, sin ambigüedades, centrada en Jesucristo; vivencia renovada de la vocación bautismal a la santidad; radicalismo evangélico e integridad del mensaje; propuesta de un proyecto de vida que responde al deseo de espiritualidad del hombre; constancia en la puesta en marcha de medios que favorecen el crecimiento en la fe, como la oración personal y comunitaria, la frecuencia de sacramentos, los grupos de compartir la vida, el acompañamiento espiritual, o la espiritualidad mariana; la creación de comunidades vivas de fraternidad evangélica; renovado dinamismo misionero con múltiples iniciativas y presencia en la vida pública; obediencia a los pastores de la Iglesia y al Magisterio; fidelidad a Dios y adaptación del lenguaje; presencia de jóvenes; vitalidad y frescura que supera el cansancio; capacidad de aglutinar fuerzas sin estar unidos a la territorialidad. Cf. Toraño López, E.,Movimientos eclesiales y nueva evangelización. Un nuevo pentecostés, en: J. C. Carvajal Blanco (dir.), Emplazados para una nueva evangelización (Ed. Universidad san Dámaso, Madrid 2013) 255-292.

10 Cf. Granados, A.,La casa costruita sulla sabbia. Manuale di teologia pastorale (Pontificia Università della Santa Croce, Roma 2022) 364-369; Cattaneo, A., I movimenti ecclesiali: aspetti ecclesiologici, en “Annales teologici”, 11 (1997) 401-427; Lanza, S., La parroquia in un mondo che cambia (OcD, Roma 2003).

11 Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Iuvenescit Ecclesia a los obispos de la Iglesia católica sobre la relación entre los dones jerárquicos y carismáticos para la vida y misión de la Iglesia, 15/5/2016; Delgado Galindo, M., La primavera de la Iglesia: Movimientos eclesiales, fieles laicos y nueva evangelización (Editorial de la Palabra de Dios, Buenos Aires 2013); Ghirlanda, G., Carisma e statuto giuridico dei movimenti ecclesiali, en: I movimenti, cit., 129-146; Álvarez de las Asturias, N., La relación entre jerarquía y carismas en la historia del derecho canónico, “Revista Española De Teología”, 77 (2017,. 1/2), 189-211.

12 San Juan Pablo II, ofrece en el número treinta de la exhortación apostólica post-sinodal Christifideles laici sobre la vocación y misión de los fieles laicos en la Iglesia (30/12/1988), cinco criterios fundamentales para las asociaciones eclesiales de laicos, que pueden servir para nuestra reflexión sobre la integración de los grupos en la parroquia. Son los siguientes: el primado de la vocación a la santidad de cada cristiano, que se manifiesta en frutos del Espíritu; la responsabilidad de confesar la fe católica, en la obediencia al Magisterio; el testimonio de una firme y convencida comunión eclesial con el Papa y el Obispo diocesano, con leal disponibilidad para acoger sus enseñanzas y orientaciones pastorales; la conformidad y participación en el fin apostólico de la Iglesia, con ímpetu misionero; el compromiso de evangelización en la sociedad humana. A continuación, enumera algunosfrutos concretos que acompañan la vida y las obras de estas asociaciones; en concreto, estos nueve: el gusto por la oración y la vida litúrgica; el estímulo de las vocaciones; la disponibilidad para participar en las actividades de la Iglesia; el empeño en la formación cristiana; la presencia cristiana en los diversos ambientes; la animación de obras caritativas, culturales y espirituales; el espíritu de desprendimiento y pobreza evangélica; la conversión y el retorno a la comunión de los bautizados “alejados”.

13 Benedicto XVI sugiere dos reglas fundamentales para acoger a los movimientos: “La primera regla nos la ha dado san Pablo en la primera carta a los Tesalonicenses: no extingáis los carismas. Si el Señor nos da nuevos dones, debemos estar agradecidos, aunque a veces sean incómodos. Y es algo hermoso que, sin iniciativa de la jerarquía, con una iniciativa de la base, como se dice, pero también con una iniciativa realmente de lo alto, es decir, como don del Espíritu Santo, nazcan nuevas formas de vida en la Iglesia, como, por otra parte, han nacido en todos los siglos. (…) La segunda regla es esta: la Iglesia es una; si los movimientos son realmente dones del Espíritu Santo, se insertan y sirven a la Iglesia, y en el diálogo paciente entre pastores y movimientos nace una forma fecunda, donde estos elementos llegan a ser elementos edificantes para la Iglesia de hoy y de mañana. Este diálogo se desarrolla en todos los niveles, comenzando por el párroco, el obispo y el Sucesor de Pedro; está en curso la búsqueda de estructuras adecuadas: en muchos casos la búsqueda ya ha dado su fruto” (Discursoa los párrocos de Roma, 22/2/2007).

14 En este sentido, afirma el Papa Francisco: “Las diferencias entre las personas y comunidades a veces son incómodas, pero el Espíritu Santo, que suscita esa diversidad, puede sacar de todo algo bueno y convertirlo en un dinamismo evangelizador que actúa por atracción. La diversidad tiene que ser siempre reconciliada con la ayuda del Espíritu Santo; sólo Él puede suscitar la diversidad, la pluralidad, la multiplicidad y, al mismo tiempo, realizar la unidad. En cambio, cuando somos nosotros los que pretendemos la diversidad y nos encerramos en nuestros particularismos, en nuestros exclusivismos, provocamos la división y, por otra parte, cuando somos nosotros quienes queremos construir la unidad con nuestros planes humanos, terminamos por imponer la uniformidad, la homologación. Esto no ayuda a la misión de la Iglesia” (Exhortación apostólica Evangelii Gaudium, sobre el anuncio del evangelio en el mundo actual, 24/11/2013, n. 131).

15 En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, dentro del apartado sobre Carismas al servicio de la comunión evangelizadora, encontramos algunos criterios importantes, en la misma línea:“Un signo claro de la autenticidad de un carisma es su eclesialidad, su capacidad para integrarse armónicamente en la vida del santo Pueblo fiel de Dios para el bien de todos. En la comunión, aunque duela, es donde un carisma se vuelve auténtica y misteriosamente fecundo. Si vive este desafío, la Iglesia puede ser un modelo para la paz en el mundo” (n. 130).

16 Benedicto XVI considera que “esta auténtica comunión, por una parte, entre los diversos movimientos, cuyas formas de exclusivismo se deben eliminar, y, por otra, entre las Iglesias locales y estos movimientos, de modo que las Iglesias locales reconozcan esta particularidad, que a muchos parece extraña, y la acojan en sí como una riqueza, comprendiendo que en la Iglesia existen muchos caminos y que todos juntos forman una sinfonía de la fe. Las Iglesias locales y los movimientos no son opuestos entre sí, sino que constituyen la estructura viva de la Iglesia” (Discurso a los obispos de Alemania, 21/8/2005).

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