Hace una semana, junto a otros sacerdotes, participé y concelebré en la Eucaristía que, por el eterno descanso de don Jesús Sanchez Guillén, sacerdote, tuvo lugar en la Iglesia del Espíritu Santo. Presidía Mons. José Javier Marcos, Vicario de la Delegación del Opus Dei en Madrid.

Un numeroso grupo de los sacerdotes que acudimos al Ateneo de Teología nos encontramos allí. Era lógico. Don Jesús había compartido con nosotros muchos momentos de la vida cotidiana de este lugar de reunión, estudio y formación de sacerdotes que la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (Opus Dei) ofrece a sacerdotes de Madrid.
Mientras me dirigía a la iglesia que acogía la ceremonia compartí algunos pensamientos, a modo de recuerdo, con don Jaime Ballesteros; él le recordaba mucho. como es natural, como todos los que coincidimos tantas veces con él. Don Jesús, me decía, derrochaba simpatía, espíritu de servicio, estaba siempre atento a los pequeños detalles que podían hacer agradable la convivencia a los demás.
Justo en la homilía, y sin haber hablado antes o intercambiar otras reflexiones, el Vicario don José Javier nos hizo considerar sobre don Jesús su ejemplo de vida: su sonrisa para disponer un ambiente grato a su alrededor, su deseo de aceptar las limitaciones derivadas del proceso cancerígeno que padecía, junto con los dolores y molestias que esa situación causaba, y que le ayudaron para alcanzar una mayor identificación con Jesucristo y vivir las últimas semanas de su vida en este mundo en esa completa unión.
Tuvo también la oportunidad de estar con el Prelado del Opus Dei, Monseñor Fernando Ocáriz. Y en el rato en que pudo hablar con él tuvo la grandeza de preguntarle: Padre, ¿cómo se puede crecer en el amor en medio del dolor? ¡Qué lección don Jesús nos dejaste! … para esculpir en una de nuestras paredes del Ateneo.
Mons. José Javier Marcos nos recordó también que poco antes de su fallecimiento le pudo ver en el hospital en que se encontraba y le habló del próximo salto que daría para ver en verdad el Rostro de Dios y recibir su abrazo, verdad para la que se preparó toda su vida.
Ahora caminas los pasillos del Ateneo y piensas que en algún momento lo tropiezas. No será así. Pero nuestro recuerdo permanece. Esta reflexión aparece abierta por los trazos de la última acuarela que nos dedicó al Ateneo de Teología. No se olvidó incluso de este detalle. Alguno comentaba … me encantaba de él todo; incluso cuando hablaba de su apostolado en el mercado, comprando cosas, o con el taxista o el peluquero. Entre nosotros, su afición a la cocina se apreciaba en las frecuentes delicatessen con las que nos obsequiaba. ¡¡¡Don Jesús … sigue recordando tu Ateneo de Teología!!!, ahí en ese lugar, donde estás ahora, en el que todos un día nos queremos encontrar. Pide para nosotros la paz.