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El rector del Seminario de Cuenca, en el Ateneo de Teología

El lunes 22 de mayo nos visitó don José Antonio Fernández, rector del Seminario de Cuenca. Predicó durante el retiro de ese día una profunda meditación sobre la Virgen María, esposa del Espíritu Santo, que nos ayudó a celebrar la solemnidad de Pentecostés. Después nos impartió la bendición con el Santísimo Sacramento.


Después de comer nos describió la realidad pastoral de la diócesis de Cuenca, con sus frutos y sus retos. Es admirable la fecundidad de su apostolado con los jóvenes y las familias. El seminario cuenta actualmente con diez seminaristas y esperan nuevos ingresos el próximo curso. A la Jornada Mundial de la Juventud irán 500 jóvenes que acuden con la Delegación de Juventud y con los distintos grupos apostólicos de la diócesis; de todos ellos se esperan nuevos frutos vocacionales. Han ultimado un musical sobre la vida de Carlo Acutis, con más de 150 jóvenes participantes, que esperan sea un éxito en toda España, como lo fue el anterior sobre san Juan Pablo II. Estas y otras iniciativas muestran que es una diócesis con mucho ánimo, cuyo corazón es un seminario vivo y misionero.



Guión de la meditación


MARÍA, ESPOSA DEL ESPÍRITU SANTO

La relación nupcial es una relación singular de amor. Una relación que no puede improvisarse; que necesita un recorrido, un camino.

1.- Un “sí” fundado en una relación de intimidad.

“No conozco varón”... ¿A quién conoce María? Y ¿quién la “conoce” a ella? Es conocida por Dios. (conocimiento = intimidad MUTUOS)


a.- Dios en María.

“El Señor está contigo” = el Señor está EN ti.

Llena de Gracia = llena de Dios. Dios invade a María hasta tal punto que la hace suya. María es una “tierra conquistada” por Dios. No es una conquista por la violencia, que al final sería conquista para la sumisión; sino conquista por amor... para la libertad.

Dios “ha mirado” la humildad de su esclava = ha mirado y se ha fijado. (la mirada de los enamorados, que no se quitan ojo) Una mirada que transforma...

“El poderoso ha hecho obras grandes” un amor que actúa, que opera. María se deja hacer. Obra de arte del Espíritu Santo, artista divino.

María es la “tierra” donde Dios ha echado raíces.


b.- María en Dios.

“Aquí está la esclava del Señor” = “Esclavos por amor” (Gal 5,13).

María del silencio, que contempla, que guarda en el corazón.

María de la escucha = Bienaventurados los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen


María, confiada. La creyente. “Dichosa tú, que has creído”.


c.- Un conocimiento en crecimiento.

LG 58: La Virgen maría avanzó en su peregrinación de la fe.

Quien crece en la fe, como en el amor, descubre una realidad nueva que sorprende y fascina. Quiero imaginar a María constantemente sorprendida y fascinada por los caminos insondables por los que Dios la iba llevando. Como el peregrino que no deja de maravillarse ante cada escenario que contempla en la naturaleza.

Una fe “esponsal”. La esposa no tiene una visión perfecta de lo que vendrá = aventura en Dios = bien- aventurada.


2.- Un “sí” libre.

Vivir en la Verdad, que nos hace libres.

Fe: Me fío de Dios y de sus planes Amor: Amo la voluntad de Dios

El sí de María fue el primer acto de verdadera libertad en la historia de la humanidad; puesto que la verdadera libertad no es la de hacer o no el bien; sino la de hacer libremente el bien.

María, movida por el Espíritu Santo dijo “sí” a los planes de Dios. Dijo Sí a Dios mismo. Se trata de un acto humano por naturaleza, pero a la vez divino por Gracia.


3.- Un “sí” fiel.

“Te desposaré conmigo para siempre ... te desposaré conmigo en fidelidad” (Os 2,21ss).

La fidelidad de Dios siempre precede. Y en María encuentra una respuesta perfecta.

En palabras del papa S. Juan Pablo II: fidelidad en la búsqueda ardiente, paciente y generosa del rostro de Dios “Tu rostro buscaré Señor...”; fidelidad en la aceptación, que se haga en mí, aquí estoy... y se abandona al misterio; fidelidad en las persecuciones e incomprensiones; y fidelidad constante. Fiel siempre.


4.- Un “sí” respuesta al amor primero.

Dios no impone su voluntad. Sólo ama; da amor.

El amor no “permite” a quien es amado no amar. De ahí que María “se rinda” al amor de Dios. María no puede hacer otra cosa que responder (corresponder) amando y hacerlo con todo su ser.

Benedicto XVI (Deus caritas est)


primero y sigue amándonos primero; por eso, nosotros podemos corresponder también con el amor... de este ‘antes’ de Dios, puede nacer también en nosotros el amor

“Él nos ha amado

como respuesta” (DCE 17).

Lo expresó muy bien san Bernardo: “El amor se basta por sí mismo, agrada por sí mismo y por su causa. Él es su propio mérito y su premio. El amor excluye todo otro motivo y otro fruto que no sea él mismo. Su fruto es su experiencia. Amo porque amo; amo para amar”.


5.- Un “sí” dócil.

Que se deja hacer = “Hágase en mí según tu palabra”


Si somos dóciles al Espíritu Santo, la imagen de Cristo se irá formando cada vez más en nosotros e iremos así acercándonos cada día más a Dios Padre.


María se abandonó en las manos de nuestro Padre Dios, con la misma espontaneidad y confianza con que un niño se arroja en los brazos de su padre.


Nuestra docilidad hace posible que no seamos nosotros quien vive, sino Cristo en nosotros.


6.- Un “sí” fecundo.

Ateneo – Madrid 22 de mayo de 2023 José Antonio Fernández Moreno

La docilidad hizo posible que en María se encarnara Cristo. Que en ella se pudieran ver las maravillas que Dios es capaz de hacer en aquellos que le dejan actuar.

María fue fecunda sólo por la fuerza del Espíritu: si la Iglesia quiere ser fecunda no sólo desde el punto de vista sacramental sino también existencialmente en la santidad cotidiana, debe renovarse continuamente en el Espíritu.

Como el Espíritu ha fecundado misteriosamente a la Virgen y ha generado a Cristo, así fecunda continuamente a su esposa, la Iglesia. Y si María colaboró con el Espíritu para que se realizara aquella generación, también la Iglesia debe estar disponible dócilmente a él para ser madre.

Esto vale para la Iglesia en su conjunto y también para cada cristiano: para que Jesús pueda nacer en cada alma, es necesario que el Creador se ponga en el mismo corazón de la creatura y que el Espíritu divino la cubra con su sombra.

Escribe Gregorio de Nisa: «Lo que ha sido realizado corporalmente en María, la plenitud de la divinidad que brilla en la Virgen a través de Cristo, de manera análoga se realiza (a través del Espíritu) en todas las almas purificadas. El Señor no viene ya corporalmente, porque "nosotros no conocemos al Señor según la carne" pero El habita espiritualmente v el Padre, como afirma el Evangelio, hace con El su morada en nosotros. Así el Niño Jesús


7.- Un “sí” no exento de tentaciones.

El sí de María es la suma de muchos “síes”. En la vida de María ha habido muchos actos de fe y de confianza.

La lógica de Dios no es la lógica humana = “Mis planes no son vuestros planes...” Lo que al principio puede estar claro, puede no estarlo con el tiempo... y este proceso también se dio en María.

¡Por cuántos momentos duros pasaría María después de su primer sí! Y nunca dijo “no” a los planes de Dios.

Incluso a veces asaltando las dudas; no en Dios, sino en la propia debilidad de creerse incapaz de llevar a término lo que Dios pide.

Imaginamos bien, si vemos a S. José cercano a María, animándola... “no temas” según aquellas palabras que él mismo había escuchado en sueños “no temas en llevarte a María...”

nace todavía en cada uno de nosotros» (La virginidad, II).

El "hágase" de María en la Anunciación encuentra su plenitud en el "hágase" silencioso que repite al pie de la cruz.

Será conveniente retomar aquí el texto de una preciosa oración escrita por San Ildefonso de Toledo que se refiere, precisamente, al nacimiento de Cristo en el alma a través del Espíritu: «Te pido, Te pido, oh Virgen Santa, que yo obtenga a Jesús de aquel Espíritu de quien tú misma lo has engendrado. Reciba mi alma a Jesús por obra de Aquel Espíritu, por el Cual tu carne ha concebido al mismo Jesús... Que yo ame a Jesús con Aquel mismo Espíritu en el Cual tú lo adoras como Señor y lo contemplas como Hijo» (La virginidad perpetua de María, 12).

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