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El Padre Jacques Philippe en el Ateneo de Teología.

El Padre Jacques Philippe dirigió dos pláticas a sacerdotes y posteriormente almorzó con sacerdotes y seminaristas en el Ateneo de Teología.



Jacques Philippe comenzó con un breve análisis sobre la concepción que impera hoy en día sobre la figura paterna. Nos contó que existe un fuerte rechazo de la autoridad, que se ha desvirtuado el sentido de la paternidad y nos animó a recuperar estos elementos sin prisa, pero sin pausa, pues la paternidad hay que merecerla poco a poco.


Partiendo del evangelio de San Mateo (1), fue hilvanado la idea de que toda paternidad está al servicio de la única Paternidad: la de Dios Padre con su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Todo esto, sin perder de vista que en el Nuevo Testamento la principal y más importante imagen de la Paternidad de Dios es la del Buen Pastor.


Abordó con cierto énfasis la idea de que cada sacerdote debe desplegar por completo la gracia que ha recibido por el Sacramento del Orden y que no puede haber un modelo único de sacerdote.


El Amor de Dios Padre, depositado en el alma de cada cristiano y, especialmente en la de los sacerdotes, por el Espíritu Santo, es quien produce en nosotros una alegría desbordante que reclama ser compartida con los demás. Nos dijo con fuerza que hay muchos huérfanos en el mundo de hoy que desean encontrarse con hombres fieles, misericordiosos, acogedores... que sean iconos del Amor del Padre.


Compartió con nosotros un análisis de la paternidad humana que es perfectamente extrapolable a la Paternidad de Dios: un niño necesita dos certezas, la primera es sentirse amado y la segunda es saberse capaz de amar.


Sirviéndose de la bendición que le propuso el Señor a Moisés (2), ahondó en la importancia que tiene para el sacerdote bendecir, a todos, incluso a quien humanamente le provoque algún tipo de rechazo.


El Nuevo Testamento es una nueva revelación de la Paternidad de Dios a través de Cristo. Y es el Espíritu Santo quien nos da un corazón de hijos que nos hace decir Abbá Padre.



Se produce así una sanación del vínculo de la relación paterno-filial, herida desde el pecado original.


Llegados a este punto, podemos entender que la paternidad no es un privilegio, sino un camino de sanación; hasta que solo queda amor en el corazón, sin temores, ni ambiciones de poder.


Cuando uno es Padre tiene que vivir para el otro (el hijo). Esto es exigente y en ocasiones podemos rechazarlo; aquí es cuando acude Espíritu Santo en nuestra ayuda. También la Virgen María se hace especialmente presente en estos momentos. La maternidad de la Iglesia y la de María nos ayudan a asumir plenamente la paternidad a la que estamos llamados.


Nos aseguró que existen muchas heridas y abusos, pero que la humanidad necesita esta paternidad para que el hombre sea dichoso y libre. Por ello, hace falta ser muy humilde, desposeerse y retirarse para que el otro crezca. Esta idea es la misma que encontramos en las palabras de acción de gracias de San Josemaría por sus bodas de oro sacerdotales: “ocultarme y desaparecer es lo mío, que sólo Jesús se luzca”.

Este deliberado ocultamiento, es el que lleva al sacerdote a no atraer hacia sí las almas, sino a orientarlas hacia Dios.


Hizo hincapié en que es necesaria la pobreza de corazón, de espíritu. Que nos conduce a no reclamar, ni reivindicar nada para nosotros mismos y nos da una mayor libertad para amar. Y es que, solo quien es pobre de corazón, puede dar a Dios a los demás. En la parábola del Hijo Pródigo, el Padre es el más pobre. Todos reclaman menos él; no pide nada para sí mismo.


Dando por sentado que es lícito al sacerdote tener sus propias ideas, nos recordó que la gente necesita de Dios, no de aquellas. Finalmente, habló de la importancia que debe tener para el sacerdote la vivencia propia de las bienaventuranzas, pues son el camino al Cielo que nos regaló Jesucristo.


Álvaro González González

Ateneo de Teología

 

1. Mt 23, 9: “Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo”


2. Núm 6, 24-26: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor. El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz”


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