Incluimos la intervención de monseñor José Luis Mumbiela, de gran interés por su contenido y el sentimiento de esperanza que nos deja a la hora de acometer la Misión que se nos confía.
1. Introducción
El canto 3 del infierno de “La Divina Comedia” de Dante se desarrolla en el Anteinfierno, donde se castiga a los indiferentes. Es el lugar en que la dolorida gente ha perdido los bienes de la inteligencia y la esperanza. El escritor florentino contempla en ese paraje a mucha gente apiñada, haciendo fila para atravesar el Arqueonte, primer gran río del infierno. El infierno aparece como el lugar de la monotonía, del actuar sin sentido, en el que el tiempo ya no promete nada y en el que nada se espera ya (sobre todo, nada bueno). En la puerta del infierno se puede leer la famosa y lapidaria inscripción: “Perded toda esperanza, vosotros los que entráis aquí”. Así viven muchos hoy en día, como en esa fila de la indiferencia, o temerosos de lo que se avecina, tal vez adormilados en la monotonía o inmovilizados por la falta de una esperanza luminosa y alegre.
No hace mucho, un sacerdote que trabaja en nuestra diócesis de Almaty me regaló un libro en ruso, sobre las presuntas revelaciones que Jesús hizo o hace a una mujer católica de Bielorrusia. El sacerdote me comentaba que, en esas “alocuciones”, Jesús avisaba acerca del futuro de la humanidad, que va de mal en peor, que no va a mejorar… La verdad es que dejé el libro en una habitación con pocas ganas de leerlo. Reconozco que prefiero los textos del Nuevo Testamento, donde se nos avisa a cerca de las constantes tribulaciones que nos vamos a encontrar, pero que al final llegará la victoria de Cristo, una victoria de la que YA disfrutamos en la tierra.
Y, llegados a este punto, podemos preguntarnos: ¿cuáles son los miedos de los sacerdotes (u obispos) de hoy respecto al día de mañana? ¿Los inmigrantes que vienen…, los emigrantes que se van…, poco clero…, desórdenes en la Iglesia…?
No he venido aquí a venderos o proponeros unas verdades baratas, o para hacer un discurso de superación de la autoestima personal o colectiva, ni traigo una relectura de estadísticas que pongan de manifiesto de un modo o de otro que “la cosa no está tan mal”. ¿Qué pretendo? No pretendo negar la realidad como el avestruz, sino precisamente sacar las posibles cataratas que se nos pueden formar en los ojos debido tal vez a los años, a las experiencias, o, quién sabe, permitidme un poco de humor, tal vez debido al cambio climático, que ya sabéis que su canto es aquel de “Échame a mí la culpa de lo que pase…”, de casi todo lo malo que pase en este mundo….
Pues bien, en contraposición a esa frase lapidaria de Dante, recuerdo el nombre de un libro-entrevista de Juan Pablo II con Vittorio Messori: “Cruzando el umbral de la esperanza”. Al final del libro, el Papa más o menos viene a decir que los temores que se puede encontrar el ser humano (digamos, también el creyente, … o el cura medio) son el miedo a sí mismo (“¿podré ser fiel hasta el final?”), al mundo (catástrofes naturales, enfermedades), a los otros hombres (desconfianza generalizada), a los poderes terrenos, a los sistemas opresivos, e incluso a Dios. Son temores que provienen, apunta el Pontífice, de un esquema hegeliano, según el cual vivimos en un paradigma de relaciones “amo-esclavo”, y por eso reina el temor (ahora, dicho sea de paso, tal vez ese esquema estaría caracterizado, como dicen algunos, por el paradigma “dominador-sumiso” o “control-controlado”). Pero ese paradigma, advierte el Santo Padre, debe ser cambiado para ver la REALIDAD, que consiste en otro paradigma primordial: el paradigma ”Padre-hijo”. Según este paradigma, en la historia de la humanidad podemos descubrir lo que Juan Pablo II denomina “los rayos de Paternidad” que, a pesar del pecado original y sus consecuencias no dejan de iluminar nuestro mundo. Me gustaría en este encuentro traeros a consideración la REALIDAD de esos RAYOS DE PATERNIDAD en nuestra vida actual y, como indica el título de esta charla-conferencia, también para la vida futura aquí en la tierra. Digamos, de modo claro y tajante, la tesis que defendemos: el futuro está lleno de esperanza, porque siempre seguirá lleno de esos “rayos de Paternidad”.
Después, por supuesto, que cada cual cruce la puerta que quiera… ¡Viva la libertad!
No vamos a confeccionar aquí una enumeración o clasificación escolástica de los tipos de “rayos”, o cuántos son, y cuándo actúan. Creo que eso sería pretencioso. Si te sitúas en un punto de la calle o, por ejemplo en la plaza de san Pedro repleta de peregrinos, o en un edificio de empresas tipo rascacielos, y quisieras saber cuántas ondas wifi están actuando, tal vez se pueda averiguar; pero saber a su vez cuántas ondas de radio, o de televisión, o cuántos satélites te pueden estar observando… eso creo que ya es más complicado. Y dicen que todas esas ondas actúan sobre nosotros. Son como “rayos de energía” no sé si positiva o negativa… Pues bien: los “rayos de Paternidad” que se están irradiando hacia nosotros, y en favor nuestro, son aún más, y escapan a toda ley empírica. Pero, no obstante, algo podremos decir:
2. Te acostumbrarás a ver milagros
Antes de trasladarme por primera vez a Kazajstán, un sacerdote amigo que trabajó unos años en Ecuador, me dijo: “José Luis, aunque te parezca difícil la tarea, verás que con el tiempo te acostumbrarás a ver milagros”. Llegué a Kazajstán en 1998. Y os puedo asegurar que sí he visto milagros. Para empezar, “Milagros” era la madre de una mujer cubana que vivía en nuestra ciudad (Shymkent) y se había casado con un ruso (la hija). Pero a esta Milagros la vi sólo una vez, y no en la iglesia. Ya se ve que cuando emprendes nuevos horizontes de evangelización, los milagros hay que ir a buscarlos fuera de las paredes del templo: la “Iglesia en salida” de la que habla el Papa Francisco creo que es y será una Iglesia que “encontrará milagros”. En cambio, la “Iglesia del sofá”, a la larga, con lo que se puede encontrar es con una lumbalgia, a veces de tipo pastoral…
Al poco tiempo de llegar a Shymkent (mi primera parroquia y destino en Kazajstán, donde iniciamos una comunidad parroquial desde cero), fuimos los sacerdotes a la reunión del centro cultural alemán, para ver y ser vistos, conocer y ser conocidos. Al final del encuentro, se nos acercó sólo una persona, una anciana católica (de Odesa, por cierto), deportada por Stalin en su infancia y que llevaba más de 60 años sin ver una iglesia ni un sacerdote católico. Nos dijo: "¿Por qué han tardado tanto en venir? ¿Por qué son los últimos en venir? Desde 1991 hay libertad religiosa en este país. Han venido otros grupos protestantes y muchos católicos se han ido con ellos. Ustedes han llegado en 1998… ¿Por qué?”. Aunque sea una pregunta dura y dolorosa, creo que es del Espíritu Santo, sin necesidad de sinodalidad… Esa anciana vino a partir de entonces todos los domingos a misa a nuestro apartamento-iglesia en un 4º piso sin ascensor, en el frío invierno o en el caluroso verano.
3. El cambio antropológico: el “homo perifericus”
No os asustéis, no se trata de algo teórico…
Recuerdo que antes de ir a Kazajstán, el cura mayor de mi arciprestazgo me dijo: “¿Pero para qué vas a tierra de comunistas y musulmanes? ¿Qué te crees, que vas a convertir gente?”
¿En qué consiste este cambio antropológico? ¿Queréis crear algo nuevo para que después los sabios escriban artículos y libros sobre ello? Se podría describir como el cambio del “homo sovieticus” al “homo perifericus”. No se trata tanto de un cambio de las personas “objeto o fin de la misión”, sino más bien de un cambio en el “sujeto” de la misión y de la comprensión que ese sujeto tiene de esas personas.
Me explico: en los años 90 ya se escuchaba en algunos ámbitos la expresión: “homo sovieticus” para definir o describir la desastrosa situación en que se encontraban las personas que habían vivido la época soviética: ateísmo, marxismo, vamos, “todolomalismo”. Como si fueran personas incapaces de lo trascendental y lo religioso, vaciadas del espíritu.
Pero al llegar allí te das cuenta poco a poco de que en la inmensa mayoría de las personas late no sólo un respeto hacia lo sagrado, sino incluso y un deseo de ello. ¿No será acaso que somos nosotros los que creamos en nuestro interior una barrera que no existe en los demás? No sólo toda persona es “capax Dei”, sino también de modo natural es “desiderio Dei”. Todo hombre o mujer, alejados de Dios hasta la periferia, o sea, que tal vez se dediquen a “peri-feriar” de feria en feria, como deambulando en la “ingravidez” (en ese estado en el que un cuerpo que tiene un cierto peso se mantiene en caída libre sin sentir los efectos de la fuerza gravitatoria: o sea, que se cae y no se entera), todo “homo perifericus”, como digo, no deja de tener en la intimidad de su corazón una esperanza y un anhelo del mensaje cristiano; y eso, consciente o inconscientemente. En cierto modo es la experiencia que tenía, creo, la sierva de Dios Dorothy Day, precisamente en el bloque ideológico contrario a la Unión Soviética.
4. Complejo de gigante
Reconozco que no soy experto en casi nada… tampoco en psicología, y no sé si hay algún complejo que se llame así (y esto no se refiere a la “megalomanía). Pero creo que lo tengo… Y no porque en las fiestas de mi pueblo natal salgan “gigantes y cabezudos”. Creo, y confío, que también vosotros lo tenéis.
En Kazajstán, los católicos somos, según últimos datos oficiales del gobierno, algo menos del 1 % de la población (el total son unos 18 millones). Más del 60 % son musulmanes sunitas, más del 20 % ortodoxos rusos; después las minorías religiosas, protestantes, judíos, budistas, etc. Como tal vez recordaréis, el cardenal Ratzinger decía hace ya muchos años que la Iglesia en el futuro próximo sería de minorías. ¿Acaso eso nos asusta?
Permitidme compartir con vosotros dos frases para reflexionar en este contexto. En primer lugar, una frase de san Ignacio, obispo, mártir y padre de la Iglesia, que se suele citar con frecuencia: “El cristianismo no es obra de persuasión, sino de grandeza” (Epístola a los romanos 3, 3). Creo que se refiere a la "grandeza de alma", magnificencia. Viene a ser lo que en algunos ámbitos nuestros (por Kazajstán) se denomina "el alma rusa", que se observa, por ejemplo, cuando te invitan a un té: cuando aceptas y vas, te das cuenta de que la palabra “te” es simplemente una expresión: la realidad es que te vas a encontrar la mesa llena de todo. Como suelen decir, “sacan todo el frigorífico para ti”, aunque después se queden sin nada o hayan tenido que pedir prestado. La segunda frase que os propongo no es de un padre de la Iglesia, sino de Eugenio, el de los chistes: “Un hombre se fue a buscar trabajo a un circo y le pregunta el dueño: “¿Qué sabe hacer usted? Le responde el primero: “¡Soy un gigante!”. Con mirada sorprendida y socarrona le replica el director: “¡Pero qué gigante puede ser usted, si mide no más de un metro!” A lo que responde: “Sí, pero… ¡soy el gigante más pequeño del mundo!”. Sí, en Kazajstán somos menos del 1% de la población, tal vez el más pequeño, o de los más pequeños de los “gigantes”, porque ser y saberse “hijos de Dios en Cristo”… ¡es una cosa muy grande!.
5. Una familia “grande”
En nuestra pequeñez, me he ido dando cuenta cada vez más de nuestra grandeza por ser miembros de esta “Familia” que es la Iglesia Católica, que tiene un “Papa” o “Papá común” dondequiera que estés.
Al poco de llegar a Kazajstán como sacerdote, tuve una grata experiencia pastoral y, digamos, dogmática: el primer entierro en Shymkent. Me encontraba en el apartamento, cuando recibí una llamada por teléfono de una feligresa polaca: “Padre, ¿podría Usted hacer un entierro?”. En eso no veía ningún problema. Mi sorpresa es que me dijo, directamente: “A, pues muy bien, porque le están esperando abajo en la calle”. Habían traído a la difunta desde una población a más de 700 km para enterrarla en nuestra ciudad. Entre todos los asistentes sólo había una anciana católica. Ya en el cementerio, tras realizar todas las oraciones y depositar el ataúd en el hoyo (como es costumbre allí) y cubrirlo de tierra, me formularon la gran pregunta: “Padre, ¿dónde colocamos la Cruz, en la zona de la cabeza o en los pies de la difunta?”. Nadie sabía la respuesta adecuada ni la costumbre de los católicos. Tras un rato de discusión del tema, al final la sobrina de la difunta me preguntó: “A ver, padre, ¿dónde está Roma? ¿dónde está el Vaticano?”. Oteando el horizonte, calculé y señalé: “Por ahí”. “Muy bien -concluyó la sobrina-, pues ya está claro: con la Cruz en la zona de la cabeza y con la cara mirando a Roma, donde está el Papa”. Sí, esa era la convicción de la gente “sin especial formación religiosa”: los católicos son los que están siempre “con la cabeza en dirección a Roma, al sucesor de san Pedro, al santo Padre, en la vida y en la muerte”.
Al Papa Francisco le conté esto en nuestra visita “ad limina”, porque él quería conocer cómo eran nuestras gentes, nuestros feligreses. Pues así, podíamos decir, eran las viejas generaciones. Le gustó mucho, se quedó sorprendido.
¿Y las nuevas generaciones de creyentes de Kazajstán? Le conté al Papa una segunda anécdota, ocurrida unos meses antes de la visita “ad limina”. Una mujer kazaja vino a la oficina de la curia porque quería hablar conmigo. Nadie la conocía. Me explicó que quería bautizarse en la Iglesia Católica, y me explicó por qué. Después de varios años casada con su primer marido, también kazajo, no creyente, no habían podido tener descendencia. Habían probado todos los caminos para ello, pero sin resultados. Una vez, de viaje por Roma, la mujer sugirió al marido: “¿Vamos a rezar a san Pedro? Tal vez ayude”. El marido se negó, pero ella fué. Se dirigió a la estatua oscura de san Pedro en la Basílica y le rezó a su modo. Al poco tiempo se quedó embarazada de su primer hijo. Después volvieron a hacer el mismo viaje… y llegó el segundo. Tuvieron cuatro. Con las dificultades de la vida se divorciaron unos años después. Hoy está bautizada y casada con un católico. Sin duda, en esto también vemos que la fecundidad viene por la unión con el ministerio de Pedro. Unidos a él, ¡habrá frutos!
Esta familia está unida, también, y sobre todo, por la fe, la oración y la caridad. La familia que quiere permanecer unida ha de creer lo mismo (lo comprendemos en estos tiempos actuales nuestros), ha de orar unida, uniendo a todos en la unidad de toda la Iglesia orante, en el cielo y la tierra, con todos sus ritos y costumbres, amando esa diversidad y asumiéndola como propia; y estamos unidos también por la caridad común, que viene a ser el distintivo más auténtico de los discípulos de Jesús de Nazaret: “Mirad cómo se aman”...
En cierta ocasión, un político funcionario local del norte de Kazajstán, preguntó al nuncio mientras éste visitaba algunas comunidades católicas de por alli, comunidades de pueblos pequeños por la estepa: “¿Y por qué el Vaticano se interesa por estas gentes de los pueblos, si están por ahí perdidos y nadie se preocupa de ellos?”. A lo cual contestó el nuncio: “Precisamente por eso: porque si no fuéramos nosotros (Santa Sede), nadie se interesaría por ellos”. Somos después nosotros, sobre todo los sacerdotes, los que estamos llamados a descender del nivel “institucional” al personal.
Permitidme un pequeño recuerdo. El p. Stanislav Hoinka es un sacerdote diocesano polaco de más de 80 años con experiencia misionera en Perú, que después se trasladó a Kazajstán. Hace pocos años, una kazaja no se atrevía a entrar al territorio de la Iglesia catedral de Astaná (capital de Kazajstán), aunque ella reconocía que sentía una “llamada” interior a avanzar. Un día cruzó la puerta de entrada que da paso al territorio, pero sin atreverse a más. En estas, el p. Hoinka, que seguía su “ritual diario” (oración + paseo por iglesia y territorio) la vió y, sin conocerla, le dijo desde la parte alta de las escaleras que dan acceso a la puerta de la catedral: “¡Oh, hijita mía, entra!ˆ. En ese instante, a esa mujer se le desaparecieron todos los “pesos” e impedimentos, entró con paz y ahí sigue como buena católica.
6. La mies es mucha…
Bien conocemos esa frase de Nuestro Señor.
Además de poder entender esa imagen según las claves de un “ver el mundo como una gran mies alejada de Dios y necesitada de brazos humanos” (sacerdotes, por ejemplo), creo que podemos entenderla también de otro modo, seguramente complementario. Una mies no es necesariamente algo alejado de Dios, o vacío de Él, que necesite la labor de un ejército dispuesto a roturar la tierra árida por la falta de agua, por los más de 40 grados de calor… y así poder conquistarla para Dios a pesar de las dificultades; o sea, más o menos la fórmula “mucha mies” = “muchos pecados”. Se podrían proponer, por eso, dos variantes más de interpretación:
“mies” son los “frutos que Dios tiene YA preparados en el mundo, saliendo de su Amante Corazón Divino; o sea, que Dios tiene muchas bendiciones, gracias, dadas a la Iglesia DE HOY. Por eso, el Reino de Dios es esa “mies” abundante que está cerca de todos nosotros: “está a la puerta y llama…”. Son esos 5 talentos o 10 minas a nuestra disposición para dar fruto, para que incluso aumente la cantidad de “mies” (bendiciones, gracias, etc) en el mundo. ¡Ay de los pastores-obreros que desaprovechen esa mies!
“mies” son las personas YA dispuestas en su corazón para aceptar el Evangelio, o para mejorar en su vida cristiana. ¡Qué pena que se desperdicien! Si son ignoradas, serían como los frutos que no se recogen y/o se pudren en el árbol de la espera, o caen en la tierra de la desesperación y la desilusión, o se los comen los pájaros e insectos… o se los llevan los ladrones… Habría que volver a recordar la pregunta de la abuela de Shymkent: “¿Por qué han tardado tanto en venir…?”.
La Teología Moral habla de los actos intrínsecamente malos, pero creo que no habla de las personas “intrínsecamente malas”, o “intrínsecamente perdidas”. Dentro del corazón de toda persona, lo repito, creemos que siempre anida un anhelo por la luz cristiana, una gota de esperanza. El poder de Dios es infinitamente más grande que nuestras limitaciones personales o pastorales.
“Los sordos oyen”. Permitidme una anécdota reciente de Almaty. Hay allí unos niños de unos 13 años, gemelos, que desde pequeñitos iban a las hermanas de la Madre Teresa de Calcuta en Almaty. Tras la muerte del padre (que era ortodoxo), la abuela por parte de madre se hace cargo de ellos. Ella, musulmana, llegó a quemar sus cruces. Por fin, tras meses de rechazos, pudieron ir a una excursión con d. Eduardo Calvo, sacerdote capellán de las hermanas, hace pocos meses. La abuela dejó ir también a un primo de los gemelos, que es sordo. En el coche, el sacerdote supo que ese chico de 15 años, quería estar “donde hablaran de Jesús”. Sus padres, decía, “leían el Corán”, pero él “quería ser amigo de Jesús”. El sacerdote preguntó que de dónde le venían esas ideas (sordo y en ambiente musulmán). Los gemelos contestaron que ellos le “hablaban” sobre Jesús a escondidas y por señas, o como podían. El aparato de “sonotone” (audífono) pocas veces lo usaba (es caro y estaba algo estropeado). Ellos mismos, que también quieren ser católicos, le enseñaban todo. Bueno, ya se ve que las abuelas son de gran ayuda siempre…
Recuerdo que, siendo yo seminarista, un sacerdote nos comentó al inicio de un curso de retiro el pasaje de la resurrección de la hija de Jairo: ¡¡¡que salgan todas las plañideras!!! Sí, a veces el proceso de conversión viene tras un “echar fuera a las plañideras” que se creen que todo está acabado, que no hay esperanza, que no podemos. Cristo es capaz de resucitar muertos, y de que los sordos oigan, y de que los pobres sean evangelizados… y nos evangelicen.
Como le gustaba decir a un sacerdote profesor en Pamplona, “¡Sólo Dios es Grande!”. Y Él también está eternamente dispuesto a tomar la iniciativa. Pero, claro está, algo debemos añadir siempre de nuestra parte.
En la iglesia de Atyrau, sede de la Administración Apostólica del mismo nombre, al norte del mar Caspio, hay unas vidrieras especiales. Junto a los santos representativos para Kazajstán, se observan 4 abuelas envueltas en sus típicos pañuelos de la época soviética. ¿Por qué están allí? Cuando llegaron los primeros sacerdotes, allá por el año 1998, no había nada ni tenían noticias de católicos por aquellas tierras. Con el tiempo, conocieron una abuela polaca o alemana (no recuerdo), y pasado el tiempo fueron 4. A día de hoy, esa Administración Apostólica ya tiene 8 parroquias en las 4 regiones que abarca, y han surgido vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Como nos decía el Papa Francisco en la visita “Ad limina”, Jesús nos llama a alegrarnos con los pequeños “brotes” que surgen, que son siempre el inicio de algo más grande.
Un momento muy significativo también son lo que podríamos llamar los “milagros eucarísticos”. Os cuento dos ejemplos.
1) En Astaná, un médico kazajo no católico que atendía personas kazajas con problemas más bien de índole no físico, les sugería que fueran a rezar a la mezquita, a ver si les ayudaba. Si el resultado era negativo, que probaran con un templo ortodoxo, y uno protestante o budista… y al final, les sugería que fueran a la catedral católica, donde hay una habitación para rezar, abierta las 24 horas del día. Pues para muchos, ese fue el camino para el encuentro con la sanación, con Cristo sanador en la Eucaristía, o, como le suelen llamar cariñosamente, “el Solecito”. Es la capilla de adoración eucarística permanente. El grupo de kazajos ha aumentado considerablemente por ese “método” a partir de un médico que, finalmente, también se hizo católico. No hace mucho falleció ese médico.
2) El pasado mes de abril, el lunes por la noche, día de inicio de nuestra primera reunión de la nueva Conferencia Episcopal Católica de Asia Central en Nur-Sultán (o Astaná), nos contaron al obispo de Mongolia y a mí lo siguiente. Después de la Misa de la tarde, que como todo lunes suele tener algunos textos en kazajo, hubo en los locales parroquiales, como de costumbre, un momento de encuentro y catequesis para los católicos kazajos que habían asistido a la Misa. Allí, presentaron a un kazajo que acababan de conocer en la Misa, y él dió su pequeño testimonio. Resulta que era originario del suroeste de Mongolia, donde hay una comunidad de kazajos, de religión musulmana. El año pasado ocurrió algo horrible en su vida, pues en un accidente de tráfico perdió a su mujer y cinco hijos. Él no estaba con ellos en ese momento. Podemos hacernos cargo de su estado de ánimo. Buscó consuelo en su religión musulmana, pero no la halló. Fue también al templo de los budistas, religión mayoritaria en Mongolia, pero tampoco encontró paz. Se fué de su región, porque quería cambiar aires y empezar una nueva vida. Cuando estuvo en Ulán Bator, capital de Mongolia, vio la iglesia católica abierta y decidió entrar. Allí no habló con nadie, pero después de estar un buen rato en su interior, rezando… salió de allí totalmente cambiado. Cuando llegó a Kazajstán, quiso encontrarse con los católicos, aunque no sabía cómo y dónde. Conoció a unos “cristianos” que hablaban de Jesús y se fué con ellos, pero al poco tiempo percibió que había “algo” que no le acababa de gustar, como si no coincidiera con lo que había percibido en la iglesia de Ulán Bator. Eran Testigos de Jehová. Los dejó y decidió preguntar en la embajada de Mongolia en Kazajstán si sabían dónde estaba la Iglesia Católica en Astaná (o Nur-Sultán, como se llama oficialmente hoy en día). Le dieron la dirección… y vino ese lunes. Al escucharesta historia, el obispo de Mongolia preguntó cuándo había sido esa experiencia en la iglesia de Mongolia. Al decirle más o menos el tiempo, el obispo señaló que en esas fechas ya habían iniciado la exposición del Santísimo Sacramento en la Catedral de san Pedro y san Pablo todos los días desde la mañana a la tarde-noche. Sin duda, una vez más Cristo estaba sanando desde su presencia eucarística a los necesitados, que son su “gran debilidad”.
7. Concluyendo
Una experta en historia me comentaba estos días, que tal vez en parte nuestra época se parece al gran cambio revolucionario del medioevo románico al gótico: es el cambio de la oscuridad a la luz, un cambio no sólo arquitectónico (altura y luminosidad en edificios), sino también cultural. Tal vez, me decía, el Señor nos tiene deparados unos cambios técnicos (y sin duda también sociales) a mejor, lo que pasa es que ahora los cambios son tan rápidos, que no acabamos de asimilarlos. Viene a ser más o menos lo que, según dicen, nos suele pasar a los españoles: primero hacemos y luego pensamos;). Tal vez nos falte una nueva perspectiva, una nueva visión, para darnos cuenta de lo que realmente está pasando, y, precisamente, pasa a través de nuestras manos.
Se habla a veces de que no vivimos tanto una época de cambios, sino un cambio de época. Y eso crea ciertos “temores”. Creo que es conveniente recordar el momento en que san Agustín veía el fin del imperio y cultura romanos, tan queridos para él, por la invasión de los pueblos bárbaros. Su respuesta la apuntó en su obra “La Ciudad de Dios”: la primacía del amor a Dios por encima del amor a la ciudad terrena.
Creo que el único “cambio importante a una época importante”, irrepetible e inmejorable es el que se inició cuando la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros, cuando esa Palabra encarnada y enamorada de los hombres, murió y resucitó por nosotros. Después de ese acontecimiento, creo que ya no hay cambio o época que pueda considerarse especialmente relevante. Todo está encaminado a Él, Alfa y Omega.
Tal vez estos cambios técnicos y sociales nos ayuden a conocer mejor el misterio de Cristo. Somos dispensadores de los misterios de Dios, de lo eterno, y no tanto de una cultura, lengua o folklore. Las “caras nuevas que tenemos ante nosotros”, en España, Kazajstán, o en Marte, las nuevas circunstancias globales o vecinales, no nos auguran tiempos especialmente difíciles, sino apasionadamente diferentes. La evangelización (el apostolado) no es tan árdua y difícil; más que en programaciones (que no se excluyen) es cuestión de amor y alegría en las relaciones personales, en el tú a tú: y cada día más. Y eso no como labor exclusiva de los sacerdotes y religiosas. En Kazajstán, donde no tenemos estructuras (colegios, hospitales, etc.), vemos que sobre todo es el entusiasmo apostólico de los fieles laicos el que atrae a nuevas personas.
Tenemos los 5 talentos para salir adelante y conquistar el mundo para Cristo. Estamos llamados a una gran gesta, como los evangelizadores de América o los primeros cristianos. ¿Acaso es para ponerse a temblar, a quejarse? En nuestras sencillas manos ha depositado el Señor el futuro de nuevas generaciones. Según el paradigma Padre-Hijo, entendemos la actualidad de las palabras del salmo 2: "Tú eres mi hijo… pídeme y te daré en herencia las naciones". Sí, nuestro Padre Dios nos ha dispuesto una mies enorme, y de nosotros aguarda esa grandeza de ánimo que conquistará y salvará al mundo, y parece como si el Señor nos estuviera insistiendo: "¡Pídemela, pídemelas!". Esa es la gran belleza que salva al mundo, la de los rayos de Paternidad que también, y sobre todo, se manifiestan a través y gracias a la vida y ministerio de todos y cada uno de los sacerdotes de Cristo, que son la encarnación viva de esos rayos del Padre celeste, destellos del Amor de Su Corazón. Como nos recuerda el salmo 125, “El Señor ha estado grande con nosotros, ¡y estamos alegres”!
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