10 mensajes de Francisco de sus 10 años de Pontificado. Así resume Mons. Mariano Fazio, vicario auxiliar del Opus Dei, el legado que el Papa ha dejado a la Iglesia y a la sociedad desde 2013 hasta hoy. Estas ideas fueron presentadas en un evento organizado recientemente por la Academia de líderes católicos y la Pontificia Comisión para América Latina.
Me gustaría subrayar algunos puntos del Magisterio de Papa Francisco, que están ayudando a renovar la fe de la Iglesia siempre dentro de la tradición.
Diez años son muchos, por lo que se trata necesariamente de una selección de ideas.
“El nombre de Dios es misericordia”.
Al recordarnos que Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, Francisco plantea una realidad en la que tanto insistió san Juan Pablo II: nos dice que el anuncio del kerigma salvífico es el mensaje fundamental de la fe cristiana. Dios se encarnó para salvarnos, muriendo en la Cruz y abriéndonos las puertas de su perdón a través de su infinita misericordia.
Las bienaventuranzas, corazón del Evangelio.
Tanto las bienaventuranzas como el capítulo 25 del Evangelio de san Mateo -donde se habla de las vírgenes necias y prudentes, de la parábola de los talentos y del juicio final- son el corazón del Evangelio, porque esos textos ponen de manifiesto la misericordia divina y su acogida en el corazón de cada persona.
El matrimonio, participación del amor de Dios.
En Amoris laetitiae, el Papa hace una relectura del himno del amor de la carta de san Pablo a los Corintios que permite comprender que el amor de los esposos es participación del amor de Dios: “Podría tener fe como para mover montañas; si no tengo amor, no soy nada”, dice san Pablo.
Y el Papa añade en su exhortación apostólica: “No podremos alentar un camino de fidelidad y de entrega recíproca si no estimulamos el crecimiento, la consolidación y la profundización del amor conyugal y familiar”. Propone, en concreto, que en la familia se usen tres palabras para estimular ese amor: gracias, perdón, permiso.
El buen samaritano, inspiración para acoger al otro.
En la encíclica Fratelli tutti, el Papa sugiere una relectura de la parábola del buen samaritano. Rastrea sus antecedentes en el Antiguo Testamento e interpela al lector preguntando con qué personaje se identifica.
Mirando al mundo de hoy e incluso a la Iglesia, afirma: “Todavía hay quienes parecen sentirse alentados o al menos autorizados por su fe para sostener diversas formas de nacionalismos cerrados y violentos, actitudes xenófobas, desprecios e incluso maltratos hacia los que son diferentes”. Francisco invita a que en la catequesis y la predicación se tenga más presente hablar dignidad de cada persona.
La santidad “de la puerta de al lado”.
En Gaudete et exsultate, Francisco acerca la santidad a la vida ordinaria, rememorando aquellos gestos cotidianos que podemos llevar a plenitud con la presencia de Dios. Dice así: “Me gusta ver la santidad en el pueblo de Dios paciente: a los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a su casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante día a día, veo la santidad de la Iglesia militante. Esa es muchas veces la santidad de la puerta de al lado, de aquellos que viven cerca de nosotros y son un reflejo de la presencia de Dios, o, para usar otra expresión, ‘la clase media de la santidad’”.
A los jóvenes: Dios es Amor. Cristo salva. Vive.
Estas tres realidades componen el anuncio kerigmático vivencial que Francisco quiere transmitirles. “No conocerás la verdadera plenitud de ser joven -dice en Christus vivit-, si no encuentras cada día al gran amigo, si no vives en amistad con Jesús”. Y añade que los amigos nos ayudan a madurar y son, al mismo tiempo, un reflejo del cariño del Señor.
Tener amigos nos enseña a abrirnos, a comprender, a cuidar a otros, a salir de nuestra comodidad. Por eso, la amistad con Jesús transforma, porque él “los quiere como sus instrumentos para derramar luz y esperanza, porque quiere contar con vuestra valentía, frescura y entusiasmo”. El Señor invita a todos al anuncio misionero en “cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente”.
Contagiarnos de la alegría del Evangelio.
El Papa invita a vivir y transmitir la alegría evangélica, y lo recuerda con expresiones como: “No tener cara de Cuaresma sin Pascua”. Es decir, el cristiano tiene que renovar la esperanza -en ocasiones, tantas veces al día- porque “Dios puede actuar en cualquier circunstancia, también en medio de aparentes fracasos”. El pesimismo no es cristiano. Quien se entrega a Dios por amor será fecundo.
“Tal fecundidad es muchas veces invisible, inaferrable, no puede ser contabilizada. Uno sabe bien que su vida dará frutos, pero sin pretender saber cómo, ni dónde, ni cuándo”. Nada hecho por amor se pierde: ningún trabajo, ninguna preocupación sincera, ningún acto de amor a Dios, ningún cansancio generoso… Pero esa espera no implica inactividad o una actitud pasiva ya que, en el misterio de una aparente esterilidad, “sólo sabemos que nuestra entrega es necesaria”.
Cuidar y proteger la casa común.
Tomando como inspiración las palabras del santo de Asís –“Laudato si’”-, papa Francisco recuerda la necesidad de cuidar la tierra, que nos ha sido confiada por Dios. “Hago una invitación urgente a un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta. Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos”.
El Papa subraya la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, con la convicción de que en el mundo todo está conectado. Además, denuncia la cultura del descarte y propone una base para desarrollar una nueva ecología
humana.
La fe, luz para vernos y para ver como Cristo.
El Papa dedicó su primera encíclica a la fe. Lumen fidei explica que la fe nos ayuda a participar de la visión de Jesús. “Para la fe, Cristo no es sólo aquel en quien creemos, la manifestación máxima del amor de Dios, sino también aquel con quien nos unimos para poder creer. La fe no sólo mira a Jesús, sino que mira desde el punto de vista de Jesús, con sus ojos: es una participación en su modo de ver”.
Señalaba, además, que es urgente recuperar el carácter luminoso propio de la fe, “pues cuando su llama se apaga, todas las otras luces acaban languideciendo”. La fe, dice el Papa, nace del encuentro con el Dios vivo, que nos llama y nos revela su amor, “un amor que nos precede y en el que nos podemos apoyar para estar seguros y construir la vida”.
La piedad y la revolución de la ternura.
El Papa ha hecho numerosas referencias a devociones cristianas que pueden provocar una revolución en la vida de los cristianos si se viven con ternura: nos ha invitado a poner el belén en Navidad para acoger a Dios (Admirabile Signum), ha escrito sobre san José para que aprendamos a ser custodios de los demás (Patris Corde) y sabemos que acude a saludar a la Virgen a la basílica romana de Santa María la Mayor cada vez que regresa de un viaje. Son gestos de hijo del que aprendemos a ser hijos del Padre.
Mariano Fazio
Sacerdote, historiador y profesor. Actual vicario auxiliar del Opus Dei.