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"El dogma democrático. La sociedad y su gobierno", de Rafael Alvira

Tomás Alvira, profesor emérito de Filosofía del Studium Generale (Prelatura del Opus Dei), habló en el Ateneo de Teología de la obra póstuma de su hermano Rafael, filosofo, catedrático e ilustre profesor por muchos años de la Universidad de Navarra. Con la participación de más de treinta sacerdotes que el lunes día 9 de diciembre acudían a su reunión semanal (encuentro sacerdotal de formación y estudio), el profesor Tomás Alvira expuso de modo muy claro qué se proponía su hermano al dejar preparada esta obra que aparece ahora, meses después de su fallecimiento.



Rafael Alvira aborda en este libro póstumo un tema concienzudamente estudiado a lo largo de su dilatada trayectoria académica como catedrático de Filosofía en la Universidad de Navarra. Para él, la democracia no es solo un régimen político en el sentido más restringido del término; no es sin más un método para la determinación de los agentes del poder político. Nuestro autor es consciente de que, así concebida, la democracia puede quedar reducida a una democracia puramente nominal, a una democracia que es compatible con esa forma de totalitarismo que consiste en la construcción de un Estado Providencia, de un Estado del Bienestar que provee a los ciudadanos de todo lo necesario para su vida privada, a cambio de que cada uno solo se preocupe de lo suyo. Este Estado monopoliza toda función social, y la sociedad queda privada de toda responsabilidad acerca de su propia configuración y suerte común.


Frente a este totalitarismo, el liberalismo, en su versión más estricta, que insta igualmente al ciudadano a desentenderse de lo común y a insertarse por completo en el mercado, no tiene otra cosa que ofrecer que una confianza ciega en que los resultados sociales del mercado, profetizados, pero siempre por cumplirse, tarde o temprano se acabarán cumpliendo.


Para Rafael Alvira, la democracia, en su sentido y valor íntegros, reside en el vigor de una sociedad para participar en la configuración de su propio destino. La realidad de la democracia consiste, en última instancia, en la vitalidad de la “sociedad civil”. Y esta vitalidad implica superar el individualismo, al que conduce tanto el Estado providencialista cuanto el liberalismo mercantilista.


En estos dos planteamientos no hay lugar para otra libertad que la entendida como independencia individual, como autonomía del individuo para gestionar sin interferencias los asuntos de su exclusiva incumbencia. Pero una democracia real exige, por el contrario, entender y hacer real la libertad como el vínculo activo y positivo de cada ciudadano con el bien común, con aquellos asuntos e intereses que incumben a todos.

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