Parecía una necesidad. Pasaba el tiempo y hablábamos entre nosotros sobre la conveniencia que teníamos de retirarnos unos días buscando silencio, recogimiento, concentración, espacio para la oración y el encuentro con Jesucristo y, sin más, decidimos ponernos en marcha hacia Torreciudad.
¡Qué mejor sitio que ir a los pies de los Pirineos junto a la Santísima Virgen en su Santuario!
Como el viernes por la mañana había clases pensamos que lo mejor era empezar nuestros días de oración en el mismo Ateneo de Teología el jueves anterior a este último fin de semana. Hicimos Exposición del Santísimo, tuvimos una primera meditación, rezamos juntos las Vísperas y reflexionamos ya en ese momento sobre unas palabras del Papa Francisco que habían de orientarnos en los próximos días: el que vive unos ejercicios espirituales con autenticidad, experimenta la atracción, la fascinación de Dios, regresa renovado y transfigurado a la vida habitual, a las relaciones cotidianas, llevando consigo la fragancia de Cristo (Francisco, 3-3-2014).
Era sin duda un buen argumento para el empeño que nos proponíamos.
Llegó el momento de marcharnos, nos fuimos en furgoneta y ésta se convirtió en un improvisado oratorio donde rezamos el Rosario, hicimos el ejercicio del Via Crucis y ratos de oración en silencio respetando el recogimiento que deseábamos mantener; así, nos plantamos en Torreciudad.
Buena acogida ya a la llegada y celebración de la Eucaristía. Los días siguientes estuvieron marcados por los actos piadosos propios de unos días de retiro espiritual y los tiempos de meditación en la Capilla de la Virgen del Carmen que nos habían reservado.
Un momento singular lo estableció la Exposición y rezo del Santo Rosario en el Santuario que verdaderamente sobrecoge a cuantos se reúnen en Torreciudad, ante la belleza del majestuoso retablo que naturalmente, junto al Santísimo, preside la hermosa Imagen de la Virgen de Nuestra Señora de los Ángeles de Torreciudad, de la que se dice que fue entronizada en una Ermita junto al río Cinca en 1084. Desde entonces se hizo protagonista de una amplia devoción popular que se extendió por generaciones.
Hubo tiempo también para el espacio “vive la experiencia de la Fe” y para el video-mapping “el retablo te cuenta” que lejos de distraernos nos sirvieron como tiempos de oración cultivando la cultura a través del espíritu. La misma sensación tuvimos al subir a lo alto de la torre y admirar el entorno. Nos parecía estar más cerca del Cielo.
Aún hubo oportunidad de un Via Crucis más íntimo en la Capilla del alojamiento que nos acogía presidido por la Cruz y procesión siguiendo cada una de las estaciones.
De vuelta parada obligada en Zaragoza, queríamos rezar el Santo Rosario a los pies de la Virgen del Pilar. Un comentario final: ¡nos han servido estos días para acercarnos más al Señor!