No era la primera vez. En esta ocasión nos juntamos 12 sacerdotes para hacer juntos unos días de Retiro Espiritual en Mota del Cuervo, en La Mancha.
Al amparo de los Molinos de Viento, ¡gran emblema! que inspiró relatos en El Quijote, magna obra de Miguel de Cervantes, nos recogimos para rezar y sumergirnos en la experiencia espiritual que es siempre hacer Ejercicios de vida interior que miran al alma.
Eran los últimos días del año: 26 a 31 de diciembre. Siempre habría mil excusas para disculparnos con otros quehaceres. Con todo, no faltó la valentía para decir ¡vamos! Parecía que, en un lugar de La Mancha, en el que nos encontrábamos, rememorásemos unas palabras del Quijote que aparecía dando gracias a Dios por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos.
Que mejor que estas fechas de fin de año para la oración y el examen, propósitos y buenos deseos para ir adelante en la vida espiritual. Para hacer balance. Crecer para adentro. Ir a más en el camino de la Santidad.
Como demuestra la larga experiencia espiritual de la Iglesia, los Retiros y los Ejercicios Espirituales son un instrumento idóneo y eficaz para una adecuada formación del clero. Ellos conservan hoy también toda su necesidad y actualidad. Contra una praxis que tiende a vaciar al hombre de todo lo que sea interioridad, el sacerdote debe encontrar a Dios -es su tarea- y a sí mismo, haciendo un reposo espiritual para introducirse en la meditación y en la oración: ¿Santo sin oración? … No creo en esa santidad (Camino, 107), recordaba San Josemaría Escrivá.
La tradición del Retiro Espiritual es además evangélica. Jesús se retiró al desierto durante cuarenta días antes de iniciar su vida pública, y lo mismo hizo san Pablo después de su conversión. Ya César, Cicerón y Plinio hablaban de la conveniencia del recessus, acción de retirarse a un lugar solitario pues no estoy menos solo que cuando estoy solo, afirmaba Cicerón. San Ambrosio añade a este pensamiento un sentido cristiano al recordarnos que cuando estamos en gracia no estamos nunca solos. Cuando se acallan las voces del mundo, y se recoge uno en sí mismo, se siente y se goza la cercanía de Dios. Es entonces cuando acariciamos la Santidad a la que Dios nos llama.
¡Os animamos, a quienes nos leáis, a que nos acompañéis otros años!