En la solemnidad de San José volvemos a celebrar el Día del Seminario. Todos los sacerdotes estamos empeñados en la búsqueda de nuevos candidatos que se formen debidamente y lleguen a ser los sacerdotes que la Iglesia necesita.
En el Ateneo de Teología estamos igualmente empeñados en la formación de los sacerdotes de ahora y en la de aquellos jóvenes o menos jóvenes que, con el tiempo, puedan recibir la ordenación sacerdotal y lleguen a ser sacerdotes a la medida del Corazón de Cristo, nos inculcaba San Josemaría Escrivá; tal como aspiramos a serlo los que ahora ejercemos ya este ministerio.
Es tiempo de rezar y de servir al lema que para este tiempo se nos propone: Sacerdotes al servicio de una Iglesia en Camino.
El sacerdocio lleva a servir a Dios en un estado que no es, en sí, ni mejor, ni peor que otros: es distinto. Pero la vocación de sacerdote aparece revestida de una dignidad y de una grandeza que nada en la tierra supera. Santa Catalina de Siena pone en boca de Jesucristo estas palabras: no quiero que mengüe la reverencia que se debe profesar a los sacerdotes, porque la reverencia y el respeto que se les manifiesta, no se dirige a ellos, sino a Mí, en virtud de la Sangre que yo les he dado para que la administren. Si no fuera por esto, deberíais dedicarles la misma reverencia que a los seglares, y no más... No se les ha de ofender: ofendiéndolos, se me ofende a Mí, y no a ellos. Por eso lo he prohibido, y he dispuesto que no admito que sean tocados mis Cristos (Santa Catalina de Siena, El Dialogo cap. 116; Cfr. Ps CIV, 15). Algunos se afanan por buscar, como dicen, la identidad del sacerdote. ¡Qué claras resultan esas palabras de la Santa de Siena! ¿Cuál es la identidad del sacerdote? La de Cristo. Todos los cristianos podemos y debemos ser no ya alter Christus sino ipse Christus otros Cristos, ¡el mismo Cristo! Pero en el sacerdote esto se da inmediatamente, de forma sacramental.
Este amplio texto tomado de la homilía de San Josemaría Escrivá: Sacerdotes para la eternidad nos sirve a todos los sacerdotes y a los que podéis aspirar a serlo para hacer una reflexión sobre lo que ha de ser nuestra vida. Una vida para servir no para lucir. Un compromiso con la Iglesia que necesita ministros dignos del ministerio que han recibido. Esto nos obliga a cuidar nuestra vida de piedad, a dar solidez a nuestra vida interior, a formarnos mediante el estudio y la participación en todos aquellos medios que nuestras diócesis establecen para que seamos buenos pastores del Pueblo de Dios que nos ha sido confiado. Que seamos así, personas completas, entregados totalmente al servicio de Dios y de su Pueblo.
Esto exige naturalmente de nosotros compromiso y sumisión: compromiso al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia, a la búsqueda de nuestras ovejas para que acudan al redil y alcancen la santidad mediante la acción del Espíritu en sus almas por la vida de Sacramentos; y sumisión a nuestros obispos y a quienes les representan en la acción de gobierno propia de la Iglesia.
Ponemos la confianza en la acción del Espíritu Santo, más que en estrategias y cálculos humanos, por muy buenos que sean, y pedimos con fe al Señor, a quien es dueño de la mies, que envíe vocaciones al ministerio sacerdotal. Mientras, preparamos nuestros seminarios para formar a sacerdotes que afronten los retos que el mundo hoy nos presenta y que sean anunciadores fuertes y creíbles de la alegría del Evangelio, nos recuerda nuestro Arzobispo en Madrid, el Cardenal Osoro.
Pedimos a San José, esposo de la Virgen María, cumplidor fiel del cuidado de Jesús y de María que el Cielo le encomendó que interceda con su oración ante Aquel que pasaba como hijo suyo, e interceda también ante la Virgen, su esposa y Madre de Aquel que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
José Ignacio Varela González
Director del Ateneo de Teología