El miércoles pasado, día 22, comenzamos la Cuaresma, ese tiempo que nos propone la Iglesia para recordar que somos polvo, y al polvo volveremos (cfr. Gn 3,19).
En estos días nos preparamos para la Pascua purificando el cuerpo con diversas mortificaciones y elevando el espíritu con la oración. Dentro de estas, destacan aquellas que nos pide la Iglesia, es decir, el ayuno y abstinencia el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, y la abstinencia de carne durante todos los viernes de este tiempo litúrgico. Su sentido no es otro que el seguimiento de Cristo, ya que tomar la Cruz cada día y seguir a Jesús es el camino mas seguro de la penitencia (cfr. Lc 9,23).
Pero si queremos de verdad prepararnos adecuadamente para la Resurrección del Señor, no podemos limitarnos al simple cumplimiento de la norma, sino que el Amor por Cristo nos debe llevar a realizar durante todo este tiempo una serie de pequeños sacrificios que nos ayuden a ir purificando nuestra carne y recentrando nuestra vida en Dios, lo único importante, ya que “¿de qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?” (cfr. Lc 9,25).
Esto es lo que llaman los italianos las “florecillas de Cuaresma”, es decir, pequeños sacrificios al alcance de todos. Se trata de sacrificar algo importante para nosotros en este tiempo de Cuaresma. Puede ser la renuncia a una comida que nos es especialmente querida, pero también el uso de la televisión, un videojuego o del móvil. Precisamente, la renuncia a este último y a las redes sociales es especialmente adecuado para ayudarnos a conseguir ese silencio interior necesario para poder escuchar la voz de Dios.
Pero no sólo estas, sino que el amor por Cristo se debe expresar también hacia los demás. Un compromiso apreciable y que no es fácil de sostener puede ser moderar nuestro mal carácter, ser más pacientes y tolerantes con nuestros seres queridos, compañeros de trabajo o con quien nos encontremos. Así, podemos decidir “ayunar” un poco de nuestro tiempo para ayudar al prójimo, como con un mayor compromiso en la familia o el hogar, o bien a aquel amigo necesitado.
Ahora bien, para que esto se realice, los sacrificios y el ayuno deben estar unidos a la oración. Sin oración estas renuncias se convierten en dieta o en estoicismo, que poco o nada ayudan a nuestra vida espiritual.
Si Jesús permaneció cuarenta días en el desierto para luchar contra las tentaciones del Diablo, podemos esforzarnos por soportar una pequeña renuncia con serenidad. Y para ello terminamos pidiendo la ayuda de Nuestra Madre, la Virgen, para que nos ayude a mantenernos al pie de la Cruz durante todo este tiempo y en vigilante espera hasta la Pascua.
Javier García Martínez
Seminarista Castrense