Algunas consideraciones de Mons. Fernando Ocáriz, prelado del Opus Dei, sobre la acción social del cristiano a la luz del mensaje de san Josemaría, que tuvo lugar en la jornada #BeToCare, en la que participaron 200 emprendedores sociales de 30 países.
Sumario
Introducción
La dimensión espiritual
La dimensión profesional
La dimensión personal
La dimensión colectiva
En el horizonte del centenario del Opus Dei (2028-2030)
Con motivo del décimo aniversario de Harambee, Mons. Javier Echevarría pronunció la conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social[1]. Al cumplirse 20 años de la misma iniciativa y en el marco de esta Jornada sobre innovación social, quisiera continuar las reflexiones de mi predecesor. A la luz de la doctrina social de la Iglesia y del mensaje de san Josemaría, me detendré sobre la dimensión social de la vocación cristiana.
Hace diez años, don Javier nos recordaba que el diálogo entre Jesús y un doctor de la Ley expresa que el amor a Dios es inseparable del amor a los demás: “cuando un doctor de la ley le preguntó cuál era el primer mandamiento, el Señor no se limitó a indicar que el amor a Dios es el más grande y primer mandamiento, sino que añadió la necesidad de amar al prójimo como mandamiento incluido en el primero (Mt 22, 35-39)”[2].
Es importante tener presente la dimensión relacional de la persona. Benedicto XVI, en la encíclica Caritas in veritate, afirma que “la criatura humana, en cuanto de naturaleza espiritual, se realiza en las relaciones interpersonales. Cuanto más las vive de manera auténtica, tanto más madura también en la propia identidad personal”. Esta realidad “obliga a una profundización crítica y valorativa de la categoría de la relación (…)” y ayuda a “captar con claridad la dignidad trascendente del hombre”[3].
Vosotros, con modos y perspectivas muy diversas, os dedicáis profesionalmente a cuidar y dignificar personas, especialmente a las más necesitadas. Sabéis por experiencia que, aunque las instituciones y las estructuras sean necesarias, para lograr el verdadero desarrollo integral, es preciso también el encuentro entre personas, crear los contextos y las condiciones para que el desarrollo pueda ocurrir, para que la persona tenga la oportunidad de perfeccionarse en todas sus dimensiones. Como discípulos de Jesucristo, estamos llamados por un nuevo título -el de cristianos- a cuidar a las personas, a cuidar el mundo.
¿Qué vemos en el mundo? Junto a nuevas posibilidades de promoción humana ofrecidas por los avances en salud, tecnología, comunicaciones y tantos ejemplos inspiradores, afloran las injusticias y heridas por las que sangra la humanidad. “En el mundo actual, la pobreza presenta muchos rostros diversos: enfermos y ancianos que son tratados con indiferencia, la soledad que experimentan muchas personas abandonadas, el drama de los refugiados, la miseria en la que vive buena parte de la humanidad como consecuencia muchas veces de injusticias que claman al Cielo”[4].
Como os decía también en una carta de 2017, “Nada de esto nos puede resultar indiferente”, todos y todas estamos llamados a “poner en movimiento la «imaginación de la caridad» para llevar el bálsamo de la ternura de Dios a todos nuestros hermanos que pasan necesidad”[5].
Cuando los seres humanos ignoran o se desentienden de su condición de ser hijos de Dios, todas sus relaciones quedan afectadas: con uno mismo, con los demás y con la creación. Como ha dicho el Papa Francisco, la interdependencia se transforma en dependencias, “perdemos esta armonía de interdependencia en la solidaridad”[6].
Somos corresponsables de cuidar el mundo, estableciendo relaciones fundadas en la caridad, la justicia y el respeto, especialmente superando la enfermedad de la indiferencia. San Juan Pablo II escribió: “Sí, cada hombre es «guarda de su hermano», porque Dios confía el hombre al hombre”[7].
Buena parte de las iniciativas a las que representáis han nacido por inspiración de san Josemaría. Y muchos de vosotros, a partir de la misma inspiración, trabajáis en organizaciones de signos y orientaciones diversas porque os habéis sentido empujados a “hacer algo”, a no quedaros con los brazos cruzados.
Está en el núcleo del espíritu del Opus Dei convertir las realidades ordinarias en lugar de encuentro con Dios y de servicio a los demás; la aspiración de personas maduras, sensibles hacia los demás y profesionalmente competentes, que buscan hacer del mundo un lugar más justo y fraterno. “Amar al mundo apasionadamente”, implica conocerlo, cuidarlo y servirlo.
La actitud ante las necesidades sociales la resumía san Josemaría en una carta publicada en los años 50 del siglo pasado: “Un cristiano no puede ser individualista, no puede desentenderse de los demás, no puede vivir egoístamente, de espaldas al mundo: es esencialmente social, miembro responsable del Cuerpo Místico de Cristo”[8].
De la mano del fundador del Opus Dei, en esta sesión me detendré en cuatro dimensiones: la espiritual, la profesional, la personal y la colectiva.
La dimensión espiritual
Podría parecer utópico pensar que somos capaces de hacer algo para paliar el sufrimiento de la humanidad. Sin embargo, sabemos que es Jesús quien carga con el dolor humano. Las llagas en su costado, en sus manos y en sus pies recuerdan las llagas del mundo. Y Jesús nos ha dicho: “lo que hicisteis con uno de estos conmigo lo hicisteis”[9].
El camino de identificación con Cristo va transformando el corazón humano y lo abre a la caridad. La unión con el Señor, en los sacramentos y en la oración, lleva a descubrir al prójimo y sus necesidades y a prestar menos atención a uno mismo. La caridad cambia la mirada. “La caridad de Cristo no es solo un buen sentimiento en relación al prójimo; no se para en el gusto por la filantropía. La caridad, infundida por Dios en el alma, transforma desde dentro la inteligencia y la voluntad: fundamenta sobrenaturalmente la amistad y la alegría de obrar bien”[10].
Hace un tiempo, en una carta os invitaba a pedir al Señor que nos agrandara el corazón, que nos diera un corazón a su medida “para que entren en él todas las necesidades, los dolores, los sufrimientos de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, especialmente de los más débiles”[11]. Un corazón orante, en medio del mundo, que sostiene y acompaña a los demás en sus necesidades.
La identificación con Jesús nos abre a las necesidades de los demás. Al mismo tiempo, el contacto con el necesitado, nos lleva a Jesús. Por eso, san Josemaría escribía: “Los pobres —decía aquel amigo nuestro— son mi mejor libro espiritual y el motivo principal para mis oraciones. Me duelen ellos, y Cristo me duele con ellos. Y, porque me duele, comprendo que le amo y que les amo”[12].
Jesús tuvo predilección por los pobres y por quienes sufrían, pero también quiso ser él mismo necesitado y víctima. En la persona que sufre se entrevé a Jesús que nos habla. ¿Sabemos aprender de los pobres, encontrar en ellos el rostro de Cristo y -como dice el Papa Francisco- "dejarnos evangelizar por ellos"?[13]. Desde la primitiva Iglesia se ha entendido que el mensaje Evangélico pasaba por la preocupación por los pobres y que es un signo reconocible de identidad cristiana y un elemento de credibilidad[14].
La dimensión profesional
Deseamos poner a Cristo en el corazón de todas las actividades humanas, santificando el trabajo profesional y los deberes ordinarios del cristiano. Esta misión se desarrolla en medio de la calle, en la sociedad, especialmente con el trabajo. Como nos recuerda san Josemaría, “el trabajo corriente —sea humanamente humilde o brillante— es de un gran valor y puede ser un medio eficacísimo para amar y servir a Dios y a los demás hombres”. E invita a todos “a trabajar —con plena autonomía, del modo que les parezca mejor— para borrar las incomprensiones y las intolerancias entre los hombres y para que la sociedad sea más justa”[15].
Para quien desea seguir a Cristo, cualquier trabajo es una oportunidad de servir a los demás y especialmente a los más necesitados. Hay profesiones en las que esta repercusión social se da de un modo más inmediato o evidente, como en vuestro caso, el trabajo en organizaciones centradas en mejorar las condiciones de vida de personas o grupos desfavorecidos. Pero esta dimensión de servicio no es solo para algunos, ha de estar presente en cualquier trabajo honrado.
Desde que san Josemaría comenzó a difundir su mensaje, decía que para santificar el mundo no era necesario cambiar de lugar, profesión o ambiente. Se trata de cambiar uno mismo en el lugar en el que se encuentra.
En el ideal cristiano del trabajo confluyen la caridad y la justicia. Lejos de las lógicas del “éxito”, el servicio a los demás es el mejor parámetro del desempeño laboral de un cristiano. Satisfacer las exigencias de la justicia en el trabajo profesional es un objetivo alto y ambicioso; cumplir con las propias obligaciones no siempre es fácil y la caridad va siempre más lejos, pidiendo a cada una y a cada uno salir generosamente de uno mismo hacia los demás.
En la parábola del buen samaritano, el posadero pasa como en segundo plano: solo se dice que actuó profesionalmente. Su conducta nos recuerda que el ejercicio de cualquier tarea profesional nos da ocasión de servir a quienes padecen necesidad.
A veces, podría insinuarse la tentación de “refugiarse en el trabajo”, en el sentido de no descubrir su dimensión social transformadora, conformándonos con un falso espiritualismo. El trabajo santificado es siempre una palanca de transformación del mundo, y el medio habitual a través del cual se deberían producir los cambios que dignifican la vida de las personas, de modo que la caridad y la justicia empapen verdaderamente todas las relaciones. El trabajo así realizado podrá contribuir a purificar las estructuras de pecado[16], convirtiéndolas en estructuras donde el desarrollo humano integral sea una posibilidad real.
La fe nos ayuda a mantener la confianza en el futuro. Como aseguraba san Josemaría, “nuestra labor apostólica contribuirá a la paz, a la colaboración de los hombres entre sí, a la justicia, a evitar la guerra, a evitar el aislamiento, a evitar el egoísmo nacional y los egoísmos personales: porque todos se darán cuenta de que forman parte de toda la gran familia humana, que está dirigida por voluntad de Dios a la perfección. Así contribuiremos a quitar esta angustia, este temor por un futuro de rencores fratricidas, y a confirmar en las almas y la sociedad la paz y la concordia: la tolerancia, la comprensión, el trato, el amor”[17].
La dimensión personal
El mensaje del Opus Dei nos impulsa a esforzarnos por la transformación del mundo a través del trabajo. Esto incluye también “tener compasión”, como el samaritano[18], como exigencia del amor, que lleva la ley (“lo obligatorio”), a su plenitud[19]. El amor hace que nuestra libertad se encuentre cada vez más dispuesta y preparada para hacer el bien.
Escribía san Josemaría en una carta fechada en 1942: “La generalización de los remedios sociales contra las plagas del sufrimiento o de la indigencia –que hacen posible hoy alcanzar resultados humanitarios, que en otros tiempos ni se soñaban–, no podrá suplantar nunca la ternura eficaz –humana y sobrenatural– de este contacto inmediato, personal, con el prójimo: con aquel pobre de un barrio cercano, con aquel otro enfermo que vive su dolor en un hospital inmenso (…)”[20].
Se presenta ante nosotros un panorama amplísimo en la familia y en la sociedad, y un corazón ensanchado, tratará de cuidar con esmero a sus padres ancianos, dar limosna, interesarse por los problemas de los vecinos, rezar por un amigo agobiado por una preocupación, visitar un pariente enfermo en el hospital o en su casa, pararse a hablar con una persona que vive en la calle a la que vemos habitualmente, escuchar pacientemente, etc., etc.
De ordinario, no se trata de sumar nuevas tareas a las que ya realizamos; se trata más bien de procurar manifestar desde la propia identidad el amor de Cristo a los demás. La pregunta sobre la caridad no es solo qué tengo que hacer sino, antes, quién soy para el otro y quién es el otro para mí.
En este cultivo diario de la solidaridad, nos encontramos con los demás y así las necesidades de otros se convierten también en un punto de encuentro entre personas de buena voluntad, cristianos o no, pero unidos ante las situaciones de pobreza e injusticia.
Este diálogo con la necesidad y la vulnerabilidad, seguramente tendrá como resultados una piel sensible y una vida de oración cercana a la realidad. Estaremos preparados para tomar decisiones de mayor austeridad personal, evitando el consumismo, el atractivo de la novedad, el lujo… y sabremos renunciar a bienes innecesarios que quizá nos podríamos permitir por nuestra situación profesional. Seremos así permeables al cambio personal, a tener los oídos abiertos al Espíritu Santo y escuchar lo que nos dice a través la pobreza.
La relación de Cristo con los necesitados es uno a uno. Ciertamente, las obras colectivas son necesarias, pero la caridad es personal, porque así es nuestra relación con Dios. En una cristiana o en un cristiano maduro, el despliegue de las obras de misericordia[21] vividas personalmente fluye de manera orgánica, al igual que un árbol que, mientras crece, da más fruto y sombra. Desde esta perspectiva, se percibe también la complementariedad que existe entre las diversas manifestaciones del apostolado personal y la generosidad con los necesitados.
San Josemaría describía la trascendencia social de la caridad personal en medio del mundo, acudiendo al ejemplo de los fieles de la primitiva Iglesia: “así actuaron los primeros cristianos. No tenían, por razón de su vocación sobrenatural, programas sociales ni humanos que cumplir; pero estaban penetrados de un espíritu, de una concepción de la vida y del mundo, que no podía dejar de tener consecuencias en la sociedad en que se movían”[22].
La dimensión colectiva
No quiero dejar de agradecer el bien que hacéis a través de las labores inspiradas por san Josemaría y a quienes trabajáis, también inspirados por él, en distintas organizaciones que prestan un servicio directo a los más necesitados. Pienso en aquel joven sacerdote que cuidaba pobres y enfermos en el Madrid de los años 30 del siglo XX. La “piedra caída en el lago”[23] ha llegado lejos. Aunque somos conscientes de nuestras limitaciones, damos gracias a Dios y le pedimos ayuda para mejorar y continuar.
Las obras colectivas mantienen viva la sensibilidad social cristiana y son una expresión civil y pública de misericordia. Como dice el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, “en muchos aspectos, el prójimo que tenemos que amar se presenta “en sociedad” (...): amarlo en el plano social significa, según las situaciones, servirse de las mediaciones sociales para mejorar su vida, o bien eliminar los factores sociales que causan su indigencia. La obra de misericordia con la que se responde aquí y ahora a una necesidad real y urgente del prójimo es, indudablemente, un acto de caridad; pero es un acto de caridad igualmente indispensable el esfuerzo dirigido a organizar y estructurar la sociedad de modo que el prójimo no tenga que padecer la miseria, sobre todo cuando ésta se convierte en la situación en que se debaten un inmenso número de personas y hasta de pueblos enteros, situación que asume, hoy, las proporciones de una verdadera y propia cuestión social mundial”[24].
San Josemaría recordaba que “el Opus Dei [ha de estar presente] donde hay pobreza, donde hay falta de trabajo, donde hay tristeza, donde hay dolor, para que el dolor se lleve con alegría, para que la pobreza desaparezca, para que no falte trabajo —porque formamos a la gente de manera que lo pueda tener—, para que metamos a Cristo en la vida de cada uno, en la medida en que quiera, porque somos muy amigos de la libertad”[25].Con las limitaciones propias de las instituciones humanas, las realidades colectivas promovidas por los fieles del Opus Dei tratan también de encarnar y expresar el espíritu de servicio en el ámbito social.
En vuestra actividad se fusionan todas las dimensiones que consideramos: fundamento espiritual, trabajo profesional y cuidado de los necesitados tomados como grupo (caridad social) en el que se afirma también la dignidad de cada uno (caridad personal). Se une así la necesaria competencia profesional de un área que requiere cada vez más especialización, con el espíritu cristiano expresado en las obras de misericordia. Se podría decir que quienes promovéis o colaboráis con estas labores aspiráis a ser al mismo tiempo samaritanos y posaderos.
Por otra parte, cada labor colectiva, y no sólo las directamente percibidas como “sociales”, puede tener una dimensión social explícita, una preocupación por el entorno, unos fines de servicio a los demás, un modo de relacionarse con los pobres, una intención de reconciliar al mundo con Dios… Toda obra colectiva de inspiración cristiana (un colegio, una universidad, una escuela de negocios, un hospital, una residencia, etc.), aunque su misión inmediata no consista en favorecer colectivos necesitados, ha de integrar en su ethos este rasgo central del cristianismo que es la caridad social.
En este sentido, es lógico que cada labor colectiva se pregunte habitualmente sobre las expresiones prácticas y tangibles de su contribución social y de su servicio a las personas más necesitadas. Esa contribución es un efecto connatural de esa actividad, no un simple añadido.
Conviene preguntarse, “desde que existe esta iniciativa, ¿a qué necesidades sociales procura dar respuesta?, ¿en qué ha mejorado el entorno?” El Señor nos pide que, desde la imaginación de la caridad, reflexionemos sobre este aspecto en cada labor.
En el horizonte del centenario del Opus Dei (2028-2030)
Los próximos años ofrecen una ocasión especial para revitalizar el servicio a los necesitados de manera personal o colectiva, tomando una mayor conciencia de su importancia en el mensaje de san Josemaría. En esto, son especialmente valiosas las ideas y propuestas de quienes os dedicáis de un modo inmediato a este ámbito.
Junto a los temas que propondréis, sugiero dos posibles líneas de reflexión.
Trabajar con otros. San Josemaría animó siempre a los fieles de la Obra a abrirse en abanico, a trabajar con muchas otras personas, también no católicas y no cristianas, en proyectos de servicio. La globalización ha provocado que la distribución de los recursos, las migraciones, la falta de acceso a la educación, la concatenación de crisis económicas, las pandemias y otros desafíos, afecten cada vez a más personas. Se percibe vivamente la dependencia mutua de la familia humana y se mira el mundo como un hogar compartido. Cada vez se hacen más indispensables las instituciones de desarrollo de todo tipo y se abre paso la idea de colaboración y coordinación de conocimientos y esfuerzos. En un momento en el que el sufrimiento es en cierto modo global, deberíamos sentirnos más que nunca hijos de un mismo Padre.
Investigación y estudio. Vuestra labor os coloca en observatorios desde los que podéis atisbar tendencias de futuro. Esa posición, unida a dilatadas experiencias de trabajo en el área de desarrollo en diferentes culturas y países, permite pensar en espacios específicos de investigación y estudio. Esto podría dar lugar a propuestas de buenas prácticas, programas de formación de voluntarios, tareas de consultoría, convocatorias de congresos y encuentros con instituciones similares por la materia o afinidades regionales, acuerdos con centros académicos para profundizar sobre temas sociales desde distintas perspectivas, aunando el trabajo sobre el terreno con la investigación académica. Estas posibilidades recuerdan la aspiración de san Josemaría, que veía a los cristianos “in ipso ortu rerum novarum”, en el mismo origen de los cambios sociales.
Desearía concluir con otras palabras fuertes y estimulantes de san Josemaría: “Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. Los cristianos —conservando siempre la más amplia libertad a la hora de estudiar y de llevar a la práctica las diversas soluciones y, por tanto, con un lógico pluralismo—, han de coincidir en el idéntico afán de servir a la humanidad. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres”[26].
Ojalá, la reflexión que comenzáis hoy con vistas al centenario de la Obra, sirva para profundizar en esta llamada de nuestro fundador, y a concretarla en el plano espiritual y personal, en el trabajo profesional y en todas las iniciativas sociales y educativas que, de un modo u otro, encuentran inspiración en su mensaje. En este campo, como en otros, se pueden aplicar las palabras de san Josemaría: está todo hecho y está todo por hacer. Seguro que nos animaría a seguir soñando.
[1] Javier Echevarría, conferencia El corazón cristiano, motor del desarrollo social, octubre 2012, Pontificia Universidad de la Santa Cruz.
[2] Ibíd.
[3] Benedicto XVI,Caritas in veritate, 29-06-2009, n. 53, subrayado en el original.
[4] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[5] Ibíd.
[6] Francisco,Audiencia general, 2-IX-2020.
[7] San Juan Pablo II, encíclica Evangelium vitae, 25-III-1995, n. 19.
[8] San Josemaría, Cartas (Vol. I), edición crítica y anotada, preparada por Luis Cano, Rialp, Madrid 1ª edición, 2020, Carta n. 3, 37d, p. 188.
[9] Mt 25, 40.
[10] San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, edición critico-histórica preparada por Antonio Aranda, Rialp, 2013, Madrid, homilía El respeto cristiano a la persona y su libertad, 71d, p. 442.
[11] Fernando Ocáriz, Carta pastoral, 14-II-2017, n. 31.
[12] San Josemaría, Surco, n. 827.
[13] Francisco, Mensaje V Jornada mundial de los Pobres, 14-XI-2021.
[14] Cfr. Benedicto XVI, encíclica Deus caritas est, 25-XII-2005, n. 20.
[15] San Josemaría, Conversaciones con monseñor Escrivá de Balaguer, edición crítico-histórica preparada bajo la dirección de José Luis Illanes, Rialp, Madrid, 2012, n. 56.
[16] Cfr. San Juan Pablo II, encíclicaSollicitudo rei socialis, 30-XII-1987, n. 36.
[17] San Josemaría, cit., Cartas (Vol. I), Carta n. 3, n. 38a y 38b, pp. 188-189.
[18] Cfr. Lc 10, 33.
[19] Cfr. Rom 13, 8-10.
[20] San Josemaría,Carta 24-X-1942, n. 44: AGP, serie A.3, 91-7-2.
[21] Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2447.
[22] San Josemaría, Carta 9-I-1959, n. 22.
[23] San Josemaría, Camino, n. 831.
[24] Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n. 208.
[25] San Josemaría, Una mirada hacia el futuro desde el corazón de Vallecas, Madrid, 1998, p. 135 (palabras pronunciadas el 1-X-1967).
[26] San Josemaría, Es Cristo que pasa, cit., n. 167.
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