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Adiós Roma

Me vengo a la Capilla, estoy ahora haciendo oración ante Jesús Sacramentado como cada mañana en que así lo hago cuando abro la puerta grande de la parroquia y entro: el Señor me espera y siento que me pregunta ¿por qué has tardado?


Es la misma hora de siempre, pero Él es un corazón amante.

Después de Laudes sigo con Jesús mi conversación, seguro, convencido que me escucha, que está ahí en el Sagrario.


Son las últimas horas en Roma. Fueron días de ilusión, de encuentro sacerdotal, fraternal, entre sacerdotes de distintos lugares; alentada esa fraternidad sacerdotal en estos días por el Padre, el Prelado del Opus Dei, el Presidente de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz (recordaba así uno de mis compañeros participantes en estas jornadas romanas), que nos recibió, y nos exhortó a acompañarnos entre nosotros. Gracias Padre por acogernos, gracias por su mensaje para que vivamos en todo momento la fraternidad sacerdotal que debe estar presente en nuestra vida y que ahora ante Dios pido para todos nosotros, que esta fraternidad nos alcance.


En idas y venidas llenamos las calles de rosarios. Muchos iconos de María aparecían a la mirada en fachadas y chaflanes. Entre todos uno destacaba en los edificios vaticanos La Madre de la Iglesia nos mira que rezamos y estos días romanos el corazón concentra oraciones por muchos hermanos para que seamos sacerdotes santos.


Voy a celebrar Misa. Ayer presididos por el Obispo de Solsona lo hicimos sobre el altar de San Juan Pablo II. Hoy, yo solo, lo hago en el CIAM gran lugar de encuentro, junto a San Pedro y a Pedro bien pegados. Terminamos. Tengo tiempo para irme aún tranquilo, despacio, mirando el horizonte cercano, saboreando, y mientras miro me pregunto por qué Roma ¡nos atraes tanto!

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