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Año de la oración

Seguimos pasando días en este año de la oración como así le hemos llamado en la Iglesia por iniciativa del Santo Padre al año 2024. Estamos preparando el tiempo jubilar que viviremos en 2025 y no hay mejor modo que justo el que nos hemos propuesto: rezar, rezar mucho, para que el próximo año sea una ocasión propicia para recoger muchos y abundantes frutos de santidad y apostolado.


Hace un par de meses estuve en Roma. Entonces pude ver que las calles de Roma mostraban en grandes pancartas el anuncio del Jubileo 2025 con el referente de Roma se transforma.


Recordando ahora la circunstancia de este año de la oración, y evocando el anuncio jubilar pensaba que no es tanto Roma la que se transforma … ¡es la misma de siempre! con sus calles empedradas de piedras resbaladizas y gastadas por el tiempo, y no pienso que las vayan a cambiar de aquí a un año; pero sí la podemos transformar nosotros si aprendemos a ser almas de oración.


Dedico mi tiempo, principalmente, a escuchar y hablar con sacerdotes. Les motivo en el ejercicio de la vida espiritual. Y yo mismo veo muy necesario que los sacerdotes necesitamos rezar más, mucho más.


Hace una semana participé junto a muchos hermanos míos sacerdotes en la ordenación episcopal de dos nuevos obispos en Madrid. Llegué a la Catedral, me dije, con la ilusión de hacer un tiempo de oración con el Oficio Divino, la Liturgia de las Horas, que para los sacerdotes es oración obligada. No va a ser fácil rezar aquí con el murmullo de un gallinero que preparaba el comienzo de la ceremonia. Con todo, procuré aislarme, en lo que pude, en la silla que pensaba ocupar dentro del espacio que se me proponía. Pronto, a mi lado, una media docena de sacerdotes ocuparon su lugar fervorosamente sentados al tiempo que recitaban las avemarías del Santo Rosario y completaban esa oración. A algunos los conocía. Me hizo mucha ilusión verlos sumergidos en el rezo de la oración que más gusta a la Santísima Virgen. Yo seguía la recitación de los salmos y otras oraciones y plegarias que me propuse hacer. Otros, se me antojaba, esperaban el comienzo de la Eucaristía en oración mental: no dudo que fuera así. “Rezar no es algo externo a nosotros, sino el misterio más íntimo” había de recordar Francisco en una de sus expresiones que nos alientan a la oración. Y cierto es: o rezamos de verdad, evitando distracciones, y concentrando nuestros sentidos internos en lo que hacemos, o no hacemos nada. Habrá muchas reuniones o convocatorias entre nosotros los sacerdotes, pero pensemos que porque las empecemos con unas oracioncillas iniciales hechas con despego porque se acompañan del momento en que entramos, colocamos una silla u ordenamos unos papeles; eso, no es rezar.


“Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero, ¿de qué?” -¿De qué? De Él, de tí: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias…, ¡flaquezas! Y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio.

En dos palabras: conocerle y conocerte: “¡tratarse!”.


Así escribió San Josemaría Escrivá hace justo ahora 90 años, enseñando a rezar a tantos jóvenes que acudían a hablar con él para llegar a alcanzar un buen nivel espiritual.


Así hemos de hacer principalmente los sacerdotes, ante Dios mismo ante el Sagrario, si queremos llegar a ser hombres de oración y con esa cercanía y empeño espiritual, convencer a nuestro Dios que acorte el tiempo de la prueba que nos parece cercar.



José Ignacio Varela González

Director del Ateneo de Teología

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